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Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado

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«Otros futbolistas se compran Ferraris. Yo me compré

la camiseta del Livorno»

Tras comenzar en la Cuiopelli, Cristiano Lucarelli llevó una carrera ascendente

entre los obreros del fútbol italiano: Perugia, Cosenza, Padova (todos ellos en Serie

C1 y B), Atalanta (ya en Serie A), Valencia, Lecce y Torino. Normalmente exitoso,

siempre comprometido y casi siempre efectivísimo. Un delantero de 1,88 metros,

fundamentalmente un rematador, pero capaz de marcar golazos como el que le

endosó al Parma con el Atalanta, cuando convirtió un misil aéreo en un sombrero

antológico a Liliam Thuram y golazo de volea. Cristiano siempre tendrá la espina

clavada de su mal año en el Valencia, el club que, creía, le iba a catapultar al más alto

nivel europeo. Lo considera su mayor fracaso deportivo. Precisamente en la capital

del Turia tendría otro de sus ataques de amor por su ciudad natal, pues en la

redacción de su contrato con el club se incluían billetes de ida y vuelta para el

jugador. La redacción no dejaba lugar a dudas del trayecto: Pisa-Valencia-Pisa.

Cristiano pidió que modificasen la cláusula. El viajaba Livorno-Valencia-Livorno.

Con 24 años, tras dejar el club che, firma con el Lecce. Son dos temporadas

gloriosas para él: mete quince y doce goles. En su último partido de la 2000-01 logra

la salvación con el equipo y sabe que varios equipos de Serie A lo quieren. Elegirá el

Torino. El gran momento de su carrera. Pero tampoco será feliz. Y la culpa será, claro

está, del Livorno.

Tras salvarse Lucarelli con el Lecce, el Livorno juega el partido de vuelta de la

fase de ascenso a la Serie B contra el Como. En la ida había logrado conseguir un

esperanzador 0-0 y, a la vuelta, el Armando Picchi revienta de gente. Toda la ciudad

está ahí; claro está, Cristiano también, como un hincha más. Tras acabar sin goles los

90 minutos, la prórroga parece que no va a mover el marcador cuando, «en la más

pura tradición del Livorno», como lo define el propio Lucarelli, un gol en propia

puerta ridículo (balón que no iba a ninguna parte, patada casi al aire, balón mordido

que entra mansamente en la portería que no debe) deja al equipo amaranto en la

Tercera División. Todo el campo llora. Evidentemente, el delantero que debía ser

feliz, también. Aun con 26 años, su llanto sigue siendo infantil. Lo primero es lo

primero.

Es evidente, en todos esos años de su carrera, que la meta de Cristiano era una

que nunca ocultaba y todo el mundo conocía: jugar en el Livorno. El equipo amaranto

penó esos años por la Serie C y la Serie D, cargando sacos de infortunio, aunque

todos en el entorno de Lucarelli sabían, de siempre, que en cuanto subiera a Serie B,

dejaría todo lo que tuviera entre manos y obligaría al esforzado agente Carlo

Pallavicino a buscarle un contrato en el equipo de sus sueños. En la primera

temporada que lo consigue, la 2002-03, su acuerdo con el Torino lo frena. A cambio,

el club turinés se queda con un jugador que no tiene la mente donde debe estar.

www.lectulandia.com - Página 136

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