Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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como máximo goleador de la liga chilena, la prensa se encarga de destacar cómo baja
el rendimiento del comunista cuando viste la camiseta (roja, por cierto) del
combinado nacional.
En 1983 vendría la definitiva muestra de que a Carlos Caszely le había salido
demasiado cara su militancia. El presidente de la Asociación Central, hombre cercano
a la dictadura, veta al jugador, al que el seleccionador Luis Ibarra había decidido
convocar para la Copa América de ese año. El dirigente, que confirmará que él
prohibió su convocatoria, lo justificará por razones de edad. La sospecha de que había
algo más, evidentemente, queda para siempre. Tenía 33 años.
Con 35 llegaría su despedida del club del que es historia: el Colo Colo. Su partido
homenaje, el 12 de octubre de 1985, un partido del equipo de Santiago contra
estrellas de Sudamérica que rendía pleitesía a su figura, se convirtió en un acto
político contra la dictadura chilena.
Lo explica de primera mano Jorge Montealegre, periodista y poeta, que en su
libro Frazadas del Estadio Nacional (2003) cuenta su experiencia como preso
político durante la dictadura de Pinochet. En su texto, en el que describe sus
vivencias como espectador de aquel partido, Caszely se torna en símbolo político,
muy por encima de su carrera con la pelota. «A dos años de haber sido interrogado en
el Velódromo, vuelvo al Estadio Nacional […] Esta vez la ocasión trascendía lo
deportivo: Carlos Caszely se despedía del fútbol. Sin embargo, el protagonista era
mucho más que un goleador. Era un ídolo popular que sentíamos nuestro, de toda la
izquierda, y en él aplaudíamos todo lo que representaba. En la memoria estaba su
apoyo al Presidente Allende. También su respaldo militante a Gladys Marín y a
Volodia Teitelboim en las últimas elecciones antes del golpe de Estado. El crack se
ganó el odio de la derecha».
Aquel encuentro se vio plagado de gritos anti Pinochet desde las gradas,
especialmente desde el fondo norte que tomaron las Juventudes Comunistas, de
enfrentamientos con la policía y de incidentes incluso fuera del estadio, donde se
montó una manifestación contra el dictador.
Toda la historia hasta aquí contada justificaría el perfil izquierdista y combativo
de Caszely. Su oposición inicial, su exilio, su vuelta plagada de baches, su perenne
enfrentamiento con los burócratas. Pero Chile desconocía, como lo ignoraba el
mundo entero, que Carlos Humberto Caszely tenía tras de sí una historia familiar que
lo enfrentaría de corazón y para siempre al hombre al que un día se negó a dar la
mano, jugándose el pescuezo.
En 1988, en la campaña del referéndum pactado entre los militares y la oposición,
en el que los chilenos decidían si querían que Pinochet presidiese el país hasta 1997 o
abrir un proceso democrático, Caszely iba a irrumpir traumáticamente en el corazón
de los chilenos para desgarrarlo y mostrarles con un testimonio aterrador la mentira
en la que habían vivido. Al futbolista le pidieron que apoyara la campaña del no, a la
que se habían unido amplios sectores del espectáculo y la cultura para derogar el
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