Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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—¿Crees que la situación en el País Vasco es esa, la de los indígenas de América
Latina?
—Claro, claro. Este es un pueblo muy antiguo. Y estoy seguro de que ha durado y
ha llegado hasta aquí porque hacía las cosas de otra manera, con otras tradiciones,
otra cultura, otra forma de vivir, de organizarse… No digo que fuera mejor o peor,
pero por eso creo que la conciencia nacional y social son dos caras de la misma
moneda. Es una lucha de liberación nacional y social.
—¿Y si mañana la izquierda abertzale condenara? ¿Te apartarías?
—No sé, yo soy yo, no me he puesto en esa coyuntura. No sé si me apartaría. Yo
creo que con la condena no se arregla nada.
—Honestamente, ¿en algún momento de tu vida pensaste en ser militante de
ETA?
—No.
Se hace un pequeño silencio después de una conversación que se llegó a calentar.
Poco, para qué negarlo, pero sí algo. Sarriegi es vehemente, pero siempre correcto y
cordial. Alguien con quien se puede hablar con franqueza. Y la conversación se acaba
cuando el periodista lo decide: él en ningún momento dice que hasta aquí. Es de
agradecer.
Salimos del bar y nos despedimos. Sarriegi es cordial y simpático. Tengo la
sensación de que podría ser mi amigo y el de cualquiera. Sí que creo que está
profundamente equivocado, que en lo que se refiere a ETA piensa cosas que me
espantan. Que es fruto de una sociedad, la vasca, que ha dado tipos como él. Pienso
en la frase que él mismo dice: «La conciencia me la dio el país». Es un argumento
lógico y perverso a la vez. Vivimos a 600 kilómetros y somos de dos planetas
distintos. No puedo evitar preguntarme cómo sería yo si hubiera nacido en un pueblo
guipuzcoano. Extrañamente, en lo que se refiere a ETA, me siento en las antípodas de
Iker Sarriegi y no dejo de pensar que es algo causal que no esté más cerca. Cuestión
de nacer a unos palmos de distancia. Y con esa sensación me vuelvo a Madrid, donde
entramos a trabajar a las siete de la mañana y volvemos a casa a las nueve de la
noche.
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