Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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afición tenía. Le echaba un montón de horas y lo pasaba muy bien, pero estaba todo
el día con ello y quería hacer otras cosas. No veía los partidos, estaba saturado.
Jugando ya tenía suficiente», me dice el exjugador, compartiendo un café en la última
mesa del Garagar.
Y es que desde muy joven el fútbol fue sólo «una pata de la mesa», como lo
define claramente Sarriegi: «Si se rompía esa, la mesa no se caía. Había más. En la
vida había muchas cosas y no me quería obsesionar con ser profesional del fútbol.
Jugaba a un buen nivel y te creas esperanzas, tú y los que te rodean, pero me planteé
que quería hacer otras cosas desde siempre», apuntala.
Del Eibar se va cedido al Hernani y al Real Unión, hasta que puede volver al
equipo armero, en Segunda División. La ambición por ser una estrella futbolera le
queda muy lejos. «En el Eibar estaba de lujo, porque me daba para hacer mil cosas.
Para mí era perfecto: ambiente majo, cerca de casa, opciones de estudiar, tiempo para
ti… Además, nadie te conoce y no te autocensuras, iba a manis sin problema, salía de
juerga… Vivía del fútbol con 21 años, me pagaban 200.000 pelas [unos 1.200 euros,
una pequeña fortuna para alguien de su edad en la época] y no necesitaba más».
En los tres años que está cedido las cosas cambian. El Eibar se convierte en un
grande de Segunda. En la campaña 96/97, el equipo se queda a una victoria de quedar
cuarto y jugar la promoción, tras un famoso encuentro contra Osasuna en el que los
navarros, que no se jugaban nada, sacaron un empate a uno y fueron despedidos con
gritos de «peseteros» de Ipurúa.
«La Ley Bosman ya existía y nosotros éramos todos de Guipúzcoa y de Vizcaya,
más uno de Palencia [el goleador Juanjo]. El Albacete tenía ocho extranjeros, el
mercado estaba abierto. Lo que hicimos fue la hostia y demuestra que se pueden
hacer cosas bonitas», señala. Por eso, a Iker le quedan los colores azulgranas en el
corazón (“El equipo al que más quiero es el Eibar, es mi equipo. Tiene ese toque
diferente, romántico. Tiene la esencia que la Real ha ido perdiendo”), y no sólo los
del Eibar. Con una sonrisa, me comenta que es del Barça. «Lo soy porque cuando era
pequeño estaba el Dream Team de Txiki Begiristain, José Mari Bakero, Andoni
Zubizarreta… Con 15-16 años le coges cariño y lo sigues», señala. Hristo Stoichkov
o Ronald Koeman quedan fuera del radio de admiración de Sarriegi. Era del Barça
porque el Barça era vasco. La gran mayoría de su discurso se articula en torno al
país.
Sarriegi sufre un claro desencanto con la Real: «Con la globalización, este pueblo
es pequeño y esa influencia está entrando por todos los lados. En el fútbol ha entrado
a cuchillo y la Real de cinco o siete años a esta parte se ha convertido en un equipo
normal de la Liga española», señala. Normal como desprecio, española como
etiqueta. Así que el paradójico bálsamo de un abertzale vasco con el fútbol llega
desde Cataluña. «Del Eibar se podía haber aprendido que haciendo las cosas de otra
manera se tienen resultados. ¿Por qué? Porque es metafísica. Hay metafísica. La
relación en el vestuario, el compromiso, el buen rollo… Eso se multiplica. Es algo en
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