Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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Chievo y Lucarelli es expulsado en el minuto 25. Insulta al árbitro, pero el jugador lo
niega. Tengo la íntima sensación de que dice la verdad, porque si hubiera hecho eso
lo reconocería. El caso es que le caen dos partidos, y el equipo empieza a jugar mejor
sin él: gana fuera al Catania, rival directo para evitar el descenso, y en casa a la
Sampdoria, y sigue en ascenso.
En cuanto se abre el mercado de invierno, Aldo Spinelli, el presidente que
siempre tuvo entre ceja y ceja a Cristiano, lo mata en la prensa: «Está pensando más
en ser empresario que en jugar al fútbol», dice, a sabiendas de que ese comentario le
hace especial daño: le insulta como futbolista y como obrero. Le pide, además, que se
vaya. «No me voy a cortar las venas si tengo que volver al Parma», responde
Lucarelli. En medio de este teatrillo llega un partido que barrunta drama: Livorno-
Parma, en el Armando Picchi.
Lucarelli sale de titular tras cumplir la sanción, en una decisión del entrenador
Serse Cosmi que parece un tanto suicida de cara al presidente, a pesar de que la
semana anterior han perdido 4-1 en el campo de la Lazio. El matrimonio del jugador
livornés con el gol lleno de significado acude a su cita: minuto 62, remate a la red, y
en fuera de juego que se comen los colegiados. 2-0 virtualmente definitivo. En el
fondo de la curva, ante sus íntimos enemigos (o lo que sean), corre enloquecido de
lado a lado, con el puño en alto, mientras que los que parecían odiarle ahora lo
entronizan. Hace apenas dos años, cuando Cristiano regresó al Armando Picchi de
amarillo y azul, un grito salió del fondo: «¡Has traicionado nuestra fe, mercenario!»
Este gol es la siguiente pirueta: le gana el partido al equipo al que pertenece, al que el
presidente del Livorno lo quiere empaquetar y se reconcilia (¿definitivamente?) con
la curva. Y vuelve un grito que no se escuchaba desde hacía muchos años: «Dai
cantiamo che fa gol, Cristiano gol, Cristiano gol» [«Vamos a cantar que hace gol,
Cristiano gol, Cristiano gol»], gritan los ultras con el puño en alto; es el viejo cántico
para animar a su ídolo.
Lucarelli mantiene la confianza de Cosmi y es titular sin discusión. El entrenador,
un tipo de raza y corajudo, lo había dicho el día del Genoa: «Es una estupidez dudar
de Lucarelli». Pero en el submundo del Livorno, Cruella de Vil, que es un señor de
pelo blanco que se llama Aldo Spinelli y preside el cotarro, no tarda en volver a la
carga. A comienzos de 2010, Cosmi dice que se va, harto de su mala relación con el
presidente. Algunos medios italianos especulan con que el empecinamiento del
técnico en poner a Lucarelli en su once inicial facilita la fricción. Spinelli, para
entonces, parece tener puesta la cruz al delantero y no paga traidores. Cuando ya
suena el italo-checo Zdenek Zeman para el banquillo, todo se arregla mágicamente.
Cosmi sigue en su puesto.
En estas llega la visita al Giuseppe Meazza para vérselas con el Milan. Mientras
que el Livorno ha perdido estrepitosamente sus dos últimos encuentros, los milaneses
vienen de caer con el Inter y dejarse medio Scudetto [campeonato liguero], tras una
recuperación más mediática que verdadera de Ronaldo de Assis, Ronaldinho, un
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