Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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equipo, en Tercera División. Y allí, todo tomó sentido.
Volker Ippig, rubio de melena descuidada, comenzó a empaparse del movimiento
que estaba inundando de vida a este barrio portuario y obrero de Hamburgo: los
okupas. Vivía con ellos y pensaba como ellos. El barrio era, y sigue siendo, el barrio
rojo de Hamburgo. Allí se mezclaban a comienzos de los 80 prostitutas, trabajadores,
punkis, activistas de izquierda, yonquis. Y en medio, un club de fútbol con camiseta
de color marrón, el Sankt Pauli, que se convirtió en el centro de todo aquello. De ser
un equipo con unos cientos de aficionados en la grada del estadio, pasó a ser una
pequeña multitud. En la grada pugnaban crestas, chaquetas de cuero y banderas del
Che Guevara. El barrio era cada vez más libertario, y el club también. Todo se ponía
en duda. La bandera pirata se convirtió en su emblema y la atención internacional
hacia el fenómeno fue creciendo. Hoy sigue siendo símbolo mundial de la izquierda
futbolística.
En el centro de todo aquello nadie simbolizó mejor lo que representaba el St Pauli
que Volker Ippig, el portero que iba a entrenar en bicicleta o colándose en el autobús.
Entraba al campo con el puño en alto y los aficionados lo idolatraban. Su marcada
conciencia social fue modelándolo como el tipo a seguir en el barrio. Nunca renunció
a ser lo que era, ni nadie se lo pidió; al contrario: se convirtió en el estandarte
ideológico de una revolución que, más que nunca, se desarrolló en un estadio de
fútbol. El que llevaba los guantes era el guardián de la portería y de la revuelta.
El Sankt Pauli no tenía hasta entonces una tradición izquierdista, y en los 90 el
activismo de la grada bajó cuando los fans del club defendieron a un cantante punk
que era acusado de una violación. La sede de los ultras fue atacada y la afición relajó
su perfil político. Tradicionalmente, los casos de presidentes de la entidad que se
significaran como progresistas son escasos; siempre ha sido un fenómeno exclusivo
de la grada. Pero en 2002 Corny Littman era elegido presidente, cargo que ocuparía
hasta 2010. Littman, director de teatro homosexual y hombre de la cultura, facilitó
que el club recuperase su perfil más político. En cualquier caso, el poder reside en los
aficionados, capaces como en 1999 de forzar a la directiva a cambiar el nombre del
estadio, que desde 1970 se llamaba Wilhelm Koch, tras descubrirse que este
expresidente del club había sido miembro del partido nazi y destacado en el expolio
de bienes de los judíos. En 2009, obligaron al club a retirar del estadio la publicidad
de una bebida energética llamada Kalte Muschi [Conejito Frío, en una traducción
decorosa que no coincide —en absoluto— con la que ofrece, por ejemplo, Google
Translate].
El barrio tiene 27.000 habitantes y en el Millerntorn Stadion caben 23.000
personas. Acoge a 500 peñas en todo el mundo y su base de simpatizantes se estima
en once millones de personas sólo en Alemania. Es un fenómeno global y un símbolo
de la izquierda que incluye en sus principios oficiales «el respeto a todas las
relaciones humanas» y la obligación del club de implicarse política y socialmente en
su entorno, ideas que fueron debatidas y votadas en un congreso en 2009. Su estadio
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