Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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recuerda riendo.
Y así llegamos al año 1976. Cappa, militante sólo en lo intelectual de la izquierda
argentina, trataba de luchar, papel contra fusil, frente a una dictadura que se había
instalado en el país tras el golpe de Estado. Y militaba, claro, porque a quien estaba
allí y la conciencia le funcionaba, no le quedaba otra: «Argentina ha vivido
prácticamente, desde que yo era pequeño, en golpes militares permanentemente. En
primer lugar se siente temor, sobre todo eso. Después se sabe que los golpes militares
siempre se hacen para imponer medidas económicas en perjuicio de la clase
trabajadora. Así, después del miedo viene el hambre y la represión. Recuerdo el
primer golpe militar que yo viví, que aunque era muy niño me acuerdo [1955, Ángel
Cappa tenía entonces nueve años]. Fue cuando derrocaron a Perón. Vino la represión
y el hambre. Los militares son, digamos, los enviados de los grupos económicos para
imponer sus medidas en contra de los trabajadores y en favor de los grandes capitales,
de los grandes empresarios», señala, con una retórica de izquierdista de los 70 que la
crisis global actual se ha encargado de hacer que ya no parezca anacrónica.
Así que el 24 de marzo de 1976, con la Junta Militar golpeando la vida de los
argentinos, Ángel Cappa, el exfutbolista de Bahía Blanca, sintió temor. Mucho.
Como militante estaba señalado, aunque ser un objetivo era más sencillo que todo
eso: «Yo militaba políticamente en un grupo y después del golpe seguíamos militando
igual, haciendo panfletos, revistas, ese tipo de cosas. Pero de todos modos, cuando
hay un golpe militar cualquier cosa es absolutamente peligrosa. No hacía falta que
hubieras militado en cualquier partido; con que hubieras asistido a un acto, o que te
hubieran visto… La represión era tremenda», relata Cappa.
Meses después del golpe llegaría una anécdota que marcaría para siempre la vida
de aquel treintañero clandestino. Eran las cuatro de la mañana y venía de casa de un
compañero de elaborar unos pasquines, que llevaba reventándole el maletero de un
Citroën 2CV (o 3CV como se llamaban en Argentina). «Yo iba para mi casa y
cortaron la calle como hacían siempre. La cortaron por delante y por detrás y todos
los que estaban allí en medio eran revisados. Así que el militar que estaba haciendo el
control me pide los documentos y ve mi nombre. Yo en Bahía Blanca era conocido
por haber jugado al fútbol, y me dice: “¿Vos sos Cappa, el que jugaba al fútbol?”, y
digo: “Sí. ¿Qué pasa? ¿Algún problema?”. “No, de rutina. Pasá, pasá”, me dijo, y me
dejó pasar. No me revisó», relata el protagonista. Tuvo a su verdugo a centímetros y
su sentencia de muerte imprimiéndose ante sus ojos. Por lo que fuera, le pasó de
largo.
En cualquier caso, es una experiencia que pone al límite a cualquier ser humano.
Cappa no era tonto y sabía lo que habría ocurrido si al milico le hubiera gustado el
waterpolo, o el tenis, o el baloncesto, más que el fútbol. «Siempre lo cuento, porque
todavía me llama la atención, la absoluta serenidad que tenía. Nunca en mi vida
estuve más sereno, más tranquilo, más relajado, más lúcido, que en ese momento,
nunca, y no sé por qué. En cuanto pasé me temblaban las piernas, no podía ni
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