Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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L’Espresso, la poderosa empresa toscana que aglutina cabeceras en varias ciudades
del norte de Italia, además de ser el editor de La Reppublica y del semanario
L’Espresso. Para poder hacerlo se embarcó como accionista relevante en 2007 en la
fundación de Il Corriere di Livorno, un diario constituido como sociedad cooperativa
auspicidada por el editor local Adriano Sisto. Era el único editado 100% en la ciudad.
La aventura duró tres años y murió víctima de la crisis, aunque sobre todo de no
vender nunca más de 2.000 ejemplares diarios. «En Livorno, la gente no compra la
Coca Cola porque es yanqui, pero prefiere comprar Il Tirreno, que es de fuera, antes
que Il Corriere», definía perfectamente Marco Domenici, el hombre que lleva los
negocios del jugador.
El ejemplo de montar el periódico, un intento casi ingenuo de utilizar su dinero
por un bien mayor, define bien a Cristiano. Cuando visité su sede, Lucarelli jugaba en
el Livorno y ya se habían disputado doce jornadas de la liga. Il Corriere había
puntuado su juego once veces con un cinco (la mínima posible) y una con un seis.
Giacarlo Padovan, su director, me aseguró que jamás había filtrado una información
acerca de lo que sucedía en el vestuario. Al Corriere le cabe el honor de haber tenido
una edición secuestrada debido a una información relacionada con un poderoso
abogado de la ciudad.
La aventura acabó en desastre económico, que todavía hoy colea. Y es que
Cristiano probablemente estaría arruinado de no ser por Domenici. Quizá ni siquiera
sería empresario. Su visión de cómo invertir el dinero tiene más que ver con
conceptos éticos que de rentabilidad. «No tiene todavía la mentalidad de un patrón.
Está aprendiendo. Es demasiado blando, muy generoso. En los negocios tienes que
ser duro», me contaba Marco. «Ser el propietario y no haber cambiado su ideología
es la base del mutuo respeto que sienten Cristiano y sus trabajadores. Él lleva la
empresa para él y para sus empleados, y el objetivo es común». Lucarelli concibe su
inversión como un equipo de fútbol, en la que él es sólo el capitán, pero todos juegan.
La realidad es que no es así, y no siempre lo comprende. «En el periódico hubo
tensiones, porque las cosas nunca fueron como se esperaba. Todos pensaron que iba a
ser más fácil. Y Cristiano no entendía qué pasaba: por qué la gente, en vez de
mantenerse junta contra las adversidades y luchar como un equipo, sólo se quejaba.
Se enfadaba, se lo tomaba como algo personal. Es un defecto que tiene como
empresario. Vio el periódico como un ideal romántico que muchas veces sus
trabajadores no compartieron. Aquí había un diario, Il Tirreno. Punto. Si te gustaba,
bien y si no, también. Cristiano dio otra voz a la ciudad y, de paso, trabajo a
periodistas que nunca lo habrían tenido en esta ciudad, que estarían en el paro. Y
cuando las cosas empezaron a ir mal, ¿qué? Quejas, lamentos, malas caras. Él no lo
entendía, se enfadaba», relata Marco Domenici.
Lucarelli dijo una vez que, «aunque somos la noche y el día, valoro la valentía de
[el exjugador fascista] Paolo Di Canio de decir lo que piensa». Fue un delantero que
jugó siempre mirando a la grada, siempre pendiente de los más pasionales del fútbol,
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