Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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jugadores, pero sí para ver el desarraigo que, en el fondo, acaban viviendo muchos de
ellos. «Los meten en una trampa. Les hacen vivir la ilusión de un ascenso social,
cuando en la realidad no es así. Los quitan de su clase social y los dejan en el aire, los
apartan de la realidad a conciencia. No es que se olviden de dónde provienen, sino
que se alejan. Toman las costumbres, el modo de hablar, los restaurantes, los
perfumes, la ropa del opresor. O digamos que de otra clase social, por no ser tan
drástico. Y quedan desplazados, quedan perdidos, porque jamás son admitidos en esa
élite a la que ilusamente les hacen creer que pertenecen. Sólamente se les acercan por
fama, y después de los cinco minutos que dura la fama quedan otra vez en el aire, ni
son del barrio ni son de la alta sociedad», cuenta.
Han pasado 30 años, un exilio, una vida en España con viajes a otros países, sobre
todo al suyo, para cumplir con el deber del entrenador de agarrar a un equipo allá
donde se lo ofrezcan. Una vida que ha encanecido el bigote izquierdoso y que ha
cargado las piernas castigadas de exfutbolista de años y kilómetros. Pero, con todo, la
esencia de Ángel Cappa sigue intacta. «Yo soy un hombre de izquierda», dice, en el
singular tan argentino de la palabra. Y se le agolpan las palabras en la boca de
repente. Habla y no para, porque ni quiere ni, quizá, puede callarse: «Me definiría a
favor de la justicia. Me parece que es absolutamente injusto que gobiernen las
multinacionales, por ejemplo, a las que nadie vota. Me parece absolutamente injusto
que se destruya el planeta porque tiene que funcionar la economía. Me parece
totalmente demencial un sistema económico como el capitalismo, donde no todo el
mundo puede aspirar a tener el mismo nivel de bienestar, porque se destruiría el
mundo en cinco minutos, el planeta estallaría si todo el mundo tuviera automóvil y
consumiera como consumimos nosotros aquí, en el Primer Mundo. A mí me parece
demencial que George Bush retirase el apoyo de EE.UU. al Tratado de Kioto porque
la economía tiene que seguir adelante; eso es lo mismo que decir: “Que se rompa el
mundo, me da igual, pero la economía no puede parar”. Me parece demencial, me
parece totalmente injusto que se dé dinero para que funcione la banca, que se le dé a
la gente que provocó este derrumbe. Leí por ahí que con el dinero que se puso para
los bancos y para toda esta gente que hizo este desastre, se hubiera terminado el
hambre en el mundo por 50 años. ¡Me parece tremendo, me parece de una injusticia
que nadie te la puede negar! Decir esto es definirse de izquierda, ¿no? Supongo», y se
le llena el rostro, otra vez, de pura dignidad. Y se le crispa la cara de buena persona
que no sabría disimular, si es que quisiera hacerlo.
Un par de años después de esta entrevista me ocurrió una anécdota brutal con
Ángel Cappa. Yo trabajaba en el programa Asuntos Propios, de Radio Nacional. Toni
Garrido, el director y presentador, se había convertido en cierta manera en una de las
voces del descontento contundente de la gente ante la crisis económica. Atacaba a los
mercados, a las empresas y a los reguladores sin piedad. Criticaba a los políticos por
lo que los tenía que criticar. Entre una determinada clase de gente, una pequeña masa
ilustrada harta de la raíz de la crisis, Garrido era una voz determinante. El EGM
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