Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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Livorno vio nacer al Partido Comunista Italiano (PCI) porque la providencia, si
los comunistas permiten el término, creó la ciudad para que así fuera. Cristiano
Lucarelli recita la fecha de memoria, «Mil-no-ve-cien-tos-vein-ti-uno», como si un
livornés que creció en el arrabal de Shanghái, el barrio más duro de la ciudad, se
aprendiera en el colegio la historia del PCI como la tabla del nueve.
Entre fachadas desconchadas y ropa multicolor tendida, a los niños livorneses sus
padres no les cantan nanas, sino «Bandiera Rossa» [Bandera Roja, una canción
popular italiana utilizada como himno de comunistas y socialistas en Italia]. «Aunque
no sepas nada de política y seas un niño, ves que casi toda la ciudad es de izquierdas.
Cuando yo era un crío esta era una población de portuali [estibadores], y sólo había
cinco o seis familias con dinero. Sí, es difícil ser livornés y no ser de izquierdas»,
sonríe Lucarelli.
Esta ciudad es símbolo de la izquierda en Italia desde que Antonio Gramsci y
Amadeo Bordiga abandonaron el Teatro Goldoni, donde se celebraba un Congreso
del Partido Socialista, para fundar la escisión roja de la hoz y el martillo aquel 21 de
enero de 1921. Y no es casualidad que Livorno pasara de icono local a global de lo
rojo de la mano de un futbolista, Cristiano Lucarelli, y de su extraordinaria historia, la
que mostró al mundo cómo palpita la ciudad: al ritmo de revolución y fútbol, que
inundan los rincones y las conversaciones y tiñen de colorado todo, un rojo más claro
si hablamos de política, amaranto del Livorno Calcio si se vira al balompié.
Lucarelli, el hijo más auténtico de la ciudad, habrá de encerrar todo lo que
significa Livorno en sí misma, convirtiéndose en metáfora, bandera e icono de la
ciudad como santísima trinidad roja y futbolera de impacto mundial. La suya es,
quizá, la historia más bella del fútbol contemporáneo, aunque, por muy bien que se
mire, no tiene final feliz. Eso sí, supone un viaje apasionante, tanto como la
naturaleza de Livorno.
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