Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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Cristiano Lucarelli pasa toda su segunda temporada en el Toro con la cabeza en
Livorno. Cuando sale de sus partidos, busca desesperado a sus familiares para
hacerles una pregunta angustiosa: «¿Qué ha hecho el equipo?». Y, claro está, el
equipo no es el que le paga.
Así, en 2003 el Torino, donde no era un fijo ni mucho menos (diez goles en los 56
partidos repartidos en dos temporadas), lo cede al Livorno, que viene de acabar
décimo en la Serie B, todo un éxito si tenemos en cuenta que llevaba desde 1972 en
divisiones inferiores. En lo que respecta a Lucarelli, daba igual que el Torino hubiera
querido cederlo o no, porque no tenía opción. Sin duda, lo mejor para su carrera e
incluso para los intereses del club era haberlo mandado a préstamo a otro club de
Serie A, y un equipo mediocre de la Segunda División era una pésima opción para su
futuro. Pero, en una historia única en la historia profesional (que nadie se lleve a
engaño: ninguno de los otros casos parecidos que conozcan alcanzan este grado de
desbordante pasión e irracional honradez), Lucarelli decide condicionar su carrera por
cumplir un sueño infantil: jugar en el Livorno Calcio en una división que no
corresponde a su nivel. «Esa bola, la de jugar en el equipo que llenaba su corazón, iba
creciendo y era imposible de frenar», dice el padre del jugador. «Siempre fui un niño
que, al contrario que los demás, que soñaban con jugar en el Inter, el Milan o la Juve,
anhelaba jugar en el Livorno. Y era así por mí, pero sobre todo por mi padre», señala
Cristiano.
Cristiano lleva tatuado en su antebrazo izquierdo el logo de la Brigate Autonome
Livornesi [Brigada Autónoma Livornesa], los ultras más rojos del país, a los que
pertenece su corazón. Decide jugar con el 99, año de nacimiento de ese grupo. El
muchacho que se enfadaba porque sus amigos del barrio eran de los grandes clubes
de otras ciudades, el adolescente admirador del Che Guevara que iba a la curva del
Armando Picchi a penar por un equipo pobre y desgraciado, tiene la oportunidad de
llevar al amor más verdadero, al que nunca se cambia en la vida, a la Serie A. Cuando
crecemos, enterramos nuestra inocencia en dinero y obligaciones. En el fondo,
Cristiano Lucarelli nos vengó a todos.
«Volver a Livorno no era una cuestión económica. Era una cuestión de
principios», dice el delantero. Y desde que los fenicios inventaron el dinero, hacer
una afirmación así sólo es creíble si se renuncia a la pasta. En la 2003-04, en la que
juega en el Livorno (aunque su contrato es copropiedad del Torino), se baja la ficha
para que la entidad amaranto pueda asumir su coste. Al acabar esa campaña, en la que
el Livorno logra su ascenso a la Serie A con 29 goles en 43 partidos de Lucarelli, el
Torino ofrece algo más de dos millones de euros al club livornés por recomprar sus
derechos, y al jugador un contrato multianual que le garantiza algo más de medio
millón de euros por temporada (los italianos como los españoles siguen sin
acostumbrarse a la moneda común europea y siguen traduciendo la cantidad a liras, ni
más ni menos que mil millones en cifras de su antigua moneda). El acuerdo
aseguraría su futuro económico y el de sus hijos. Esos mil millones de liras, que en
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