Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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el fútbol estaba tan bien pagado que Cordero ni se pensó dedicarse a su otra pasión: la
de ser cocinero. Incluso en su último año de aficionado, con 22 años, había hecho un
curso. Pero 400.000 pesetas al año, primas incluidas, eran demasiado para cualquiera;
una cárcel, sí, pero con barrotes con quilates. Por eso, aunque Joan no era un tipo que
pensara 24 horas en fútbol, hizo del deporte su vida.
Jugó seis temporadas en el Valencia (de 1974 a 1980) y se le recuerda un
memorable marcaje a Johann Cruyff. Al final de esa etapa, tras un año sin apenas
contar para el entrenador, firmó por dos temporadas con el Burgos de Segunda
División, pero en la primera no le pagaron y se retiró, harto del fútbol, para montar un
bar. No había cumplido 30 años. Ya por entonces su conciencia política estaba
despertando. Cuando todavía jugaba en el Valencia se vivió en la ciudad la llamada
Batalla de Valencia, el extendido y abierto conflicto identitario de la comunidad
durante la transición, que enfrentó a los pancatalanistas, partidarios de la integración
en los Països Catalans [Países Catalanes, territorios en los que el catalán es la lengua
autóctona y que incluye además de Cataluña, la Comunidad Valenciana, Baleares, el
Rosellón francés y algunas zonas de Aragón y Murcia], y a los claveros [o defensores
de la franja azul que diferencia la bandera valenciana de la senyera catalana],
regionalistas de derecha. Un encono que incluso llevó a enfrentamientos violentos
entre ambas facciones. Ahí comenzó a descubrir a Joan Fuster, gran bandera
intelectual del pancatalanismo (de hecho, a los miembros de esta corriente también se
les llamaba fusteristas), y referencia del nacionalismo valenciano de izquierdas. Hoy,
Cordero reconoce a Fuster como su gran referencia intelectual y lo sigue leyendo con
pasión: «Si hubiera escrito en otra lengua, posiblemente hubiera sido considerado un
intelectual de primera línea europea», dice.
La consecuencia de leer a Fuster fue empezar a ir a mítines en su ciudad natal,
Godella (Valencia). Escuchó a todos los partidos, pero se escoró hacia el compromiso
social, el nacionalismo y la defensa del catalán como lengua propia. «Mis padres son
leoneses emigrados, pero yo empecé a leer que aquí en Valencia teníamos una
cultura, una lengua, una historia propias que se nos habían ocultado. Así que empecé
a recibir cursillos para aprender a hablar catalán y a utilizarlo como lengua habitual»,
cuenta. Aunque la lengua ha sido una de sus grandes luchas, tiene claras sus
prioridades: «Lo principal es la conciencia social. Se puede defender a las clases
trabajadoras en castellano, en catalán o como sea».
Ahora, cuando analiza su carrera futbolística, se da cuenta de que como jugador
también era un hombre de conciencia e incómodo para sus franquistas directivos, sólo
que no había canalizado esa inquietud dentro de un discurso político elaborado. «Allí
era costumbre que el presidente te tratara como una especie de padre, en el mal
sentido. Si eras un chaval de la cantera, se estilaba mucho firmar cosas en blanco y
que ellos te dirigieran la carrera. Yo siempre peleaba contra eso, y sé que era
incómodo para ellos. Mientras les serví me aceptaron, pero cuando tuve algún
tropezón, allá me las dieron todas. En el fútbol no quieren gente que se cuestione las
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