Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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Me dijeron que tenía que ayudarles a liberar a prisioneros políticos detenidos en
Argentina. Pero ¿cómo iba yo a liberar a presos en Argentina, si en 24 horas tenía que
viajar para disputar un Mundial? Me llevaron a una especie de sendero que se abría a
un costado de un bosque, un camino rodeado de vegetación. Mientras uno de ellos se
sentaba en mi coche con mi mujer al lado, el del revólver me pidió que caminase 50
metros, mientras él me apuntaba por la espalda.
El tipo con el arma seguía hablándome, mi mujer estaba al borde de un infarto.
Yo seguía sin entender gran parte de lo que decía. Me pareció comprender que, si yo
no cooperaba, querían cogerme como rehén y pedir la puesta en libertad de 100
compañeros argentinos.
No sabía qué hacer pero ellos parecían todavía más nerviosos que yo. El caso es
que, tras unos 20 metros, me giré y agarré el revólver por el cañón. El arma cayó pero
yo lo cogí antes que él. Me quedé allí, en el sendero, sintiéndome como un imbécil
con un revólver en la mano que no habría sido capaz de utilizar.
Pero me lo pusieron fácil. El secuestrador, despavorido, echó a correr en
dirección al coche de sus compañeros y se dieron a la fuga. Yo me quedé allí, sin
creerme lo que acababa de suceder. Y tanto es así que cuando conseguimos dar la
alerta a la gendarmería y les conté lo que venía de pasar, ¡no me creyeron!
Nunca supe quiénes fueron ni la Policía pudo adivinar quién preparó el intento de
secuestro».
Al margen del final casi cómico de la historia, detrás del secuestro, aparece el
exilio argentino, que trató, raptando al seleccionador, de presionar a la dictadura. Un
comunicado anónimo recibido por los medios ese 23 de mayo de 1978 reivindicaba el
intento de rapto para «llamar la atención sobre la complicidad hipócrita de Francia,
que continúa vendiendo material militar a Argentina». Vista la profesionalidad de los
ejecutantes, no parece que la intentona fuese obra de duchos guerrilleros en el exilio.
Tan increíble es la historia que incluso circulan versiones maledicentes que
afirman que Hidalgo simuló el intento de secuestro para ayudar a sensibilizar al país
contra la Junta. Él lo niega vehementemente, y habla de lo duro de esa experiencia
para el matrimonio Hidalgo: «Mi mujer tenía que quedarse en Francia mientras yo
viajaba a Argentina, pero me dijo que por nada del mundo sería capaz de permanecer
en casa sin mí. Así que, con la federación y la policía, tuvimos que improvisar su
viaje. Al final, viajé acompañado por mi esposa y por dos gorilas del Grupo de
Intervención de la Gendarmería Nacional (GIGN), las fuerzas de élite de la Policía
Militar, que no nos quitaban ojo las 24 horas del día».
Hidalgo era un hombre al que se reconocía como simpatizante de izquierdas, o al
menos cercano a lo que entonces se consideraba la izquierda, un concepto mucho más
radical al que manejaríamos hoy. «Mi padre fue un obrero metalúrgico y yo me crie
en ese ambiente. Crecí en barrios obreros. Allí se era de izquierdas por nacimiento,
por el ADN obrero. No soy alguien que pueda decir “soy totalmente de izquierdas”,
porque me siento más humanista que de izquierdas. Pero también tengo claro que soy
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