Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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conducir, a las dos calles tuve que parar porque me moría de angustia. Pero en ese
momento estuve con una serenidad que jamás volví a sentir», dice Cappa.
El porqué de aquella serenidad sobrevenida parece materia de análisis de un
psicólogo o de un parapsicólogo, nada en clave política, ni evidentemente
futbolística. Un ser humano frente a su muerte que esquiva por tener un apellido
reconocido, por ser alguien que patea una pelota en un minúsculo equipo de una
ciudad anónima. Ese reconocimiento, claro, era de doble vía: aquel militar sólo sabía
de la parte futbolística de Cappa, pero muchos otros le reconocían y le señalaban
como elemento subversivo, utilizando la jerga del momento. Así que era el momento
de huir a Buenos Aires, donde pasaría desapercibido y podría obtener el anonimato
necesario para seguir trabajando contra Videla.
Ahí tendría otro golpe de fortuna, otro enfrentamiento victorioso contra la muerte.
«Cuando salgo de Bahía Blanca en autobús para la Capital Federal, estaban haciendo
otro control a la salida de la ciudad. ¡Y cuando le toca a mi autobús levantan el
control! O sea que era el destino. Yo tenía que salir de ahí», cuenta Ángel con una
sonrisa.
En Buenos Aires llega el fin del sueño de la oposición. «Ya no tenía sentido
seguir en la militancia. Siempre algún compañero aparecía muerto, o preso o… Ya
estábamos todos dispersos. El que podía salvar la vida, pues la salvaba», resume,
explicando su marcha a nuestro país, su exilio político. Con 200 dólares en el bolsillo
y el vacío del expulsado de su casa, Ángel Cappa se planta en la España de 1976, el
cadáver de Franco caliente, la ilusión bullendo en cada esquina (o eso decían).
De ese país ilusionado apenas podía disfrutar un inmigrante perdido y angustiado.
«Me sentía muy mal. No sólamente te alejas de toda la familia y de los afectos, sino
que te alejas de tus cosas más importantes y te encuentras solo en un lugar. Bahía
Blanca es una ciudad pequeña, casi familiar. Te conoce todo el mundo, y no porque
yo jugase al fútbol. Y aquí te encuentras absolutamente anónimo, sin dinero y con la
idea de tener que ir a trabajar de cualquier cosa y a ver qué pasa, ¿no? Sólo estás para
sobrevivir. Te produce una angustia muy, muy profunda», relata.
En Madrid Cappa siguió militando con un grupo de argentinos contra la
dictadura, haciendo campaña por el boicot del Mundial de 1978 sin querer que se
dejase de disputar, disfrutando de la pasión por ganar aquel torneo lejos y con la
conciencia dividida, como tantos otros argentinos. Vio una España que decía adiós al
franquismo de medio lado: «El franquismo se iba, pero con condiciones. No se iba
del todo. Y la izquierda venía, pero también con condiciones. Venía en la medida en
que respetaba al sistema. Acá la izquierda nunca fue izquierda, siempre fue, digamos,
el medio para hacer decente y potable el capitalismo».
Luego la vida de Ángel se normalizó, conoció a una mujer y se estableció en
España, con el éxito de ser un entrenador reconocido en los terrenos de juego y en los
micrófonos, explicando el fútbol como casi nadie en lengua castellana.
Una brillantez que le da para reconocer que jamás habla de política con sus
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