Futbolistas de izquierdas - Quique Peinado
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equipo de un club que es una religión en Guipúzcoa, haciendo activismo político de
base en la calle. Pero Josean de la Hoz era de otra pasta. Pedía la amnistía de los que
consideraban presos políticos vascos y exiliados del franquismo. Entonces llegó la
policía nacional. «La represión era dura. Todos tenemos ejemplos de encontronazos
fuertes con la policía de la época. Me reconocieron, lo que era hasta cierto punto
normal porque jugar en la Real Sociedad me hacía fácilmente identificable. Me
detuvieron, me llevaron a la sede del Gobierno Civil, me pegaron lo que quisieron y
luego me enteré de que iban por algunos comercios vanagloriándose de que habían
dado de hostias a un jugador de la Real. Lo supe porque los propios comerciantes me
lo dijeron», cuenta hoy De la Hoz Uranga.
Viéndolo con la perspectiva del fútbol que vivimos ahora, no es que aquella
escena fuera otra época: es que era otro mundo. Uno en el que era posible ver a un
futbolista de un equipo de Primera División repartiendo panfletos políticos por la
calle. ¿Quién puede imaginar que hoy la policía detuviera y golpease a un jugador
profesional de fútbol sin que nadie se enterase? «Era una etapa de transición, muy
convulsa, antes de que se proclamara el Estatuto de Autonomía de 1979. ¿A quién
denunciabas? ¿A la propia policía? Había y hay episodios peores que el mío y
siempre han acabado archivados. A ver quién era el testigo de que a mí me habían
pegado…», cuenta, con una sonrisa amarga, el exjugador en su despacho de abogados
del centro de Donosti.
A Josean de la Hoz el fútbol le salvó de una vida que no deseaba. La vida que le
tocaba iba más de mar que de césped. «Fui pescador de los 14 a los 18 años. Mi padre
y sus hermanos tenían dos barcos. Al ser el primogénito, iba para patrón de pesca, y
de hecho estudié para ello en Pasajes. Pero esa vida no me gustaba, estaba harto. Para
salir de allí, teniendo sólo el bachiller elemental [más o menos la actual primaria], lo
tenía muy difícil», relata. Entonces llegó el fútbol para reescribir su vida. «Yo jugaba
en Zarautz, y entonces me llama el Sanse [el filial txuri urdin], que solía coger a los
mejores de la provincia. Le dije a mi aita: “Dame la oportunidad de jugar dos años”,
que era el contrato que me ofrecían. Él me respondió que estaba de acuerdo, pero que
tenía que ganar al menos lo que podía conseguir en la mar. En aquellos años se
ganaban 50.000 pesetas en la primavera, la época de la anchoa, y otras 50.000 en la
del bonito. 100.000 al año. Sin embargo, el Sanse me ofrecía 15.000 pesetas de ficha
(un dinero fijo) y 1.500 al mes. Mi padre dijo que no, que tenía que sumar 100.000,
así que tuvieron que subir la oferta a 40.000 de ficha y 5.000 al mes para que diera las
100.000», relata sonriendo De la Hoz. Menudo era el padre. Pero el chaval tenía la
estrategia perfecta: hacerse un jugador de alto nivel y estudiar tanto que su padre no
pudiese oponerse a dejarlo escapar de la mar. «En esos dos años de mi primer
contrato como futbolista empecé a estudiar peritaje mercantil. Me saqué las 33
asignaturas, que eran para tres años, en uno. Y luego seguí mi formación. Total, que
cuando llegué al primer equipo de la Real Sociedad tenía ya mis estudios y jugando a
ese nivel al padre no se le ocurría decir que tenía que volver a la mar. Así que sí, el
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