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Catecismo Romano - amor de la verdad

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111. Explicado esto, se ha <strong>de</strong> enseñar con cuidado por qué subió Cristo Señor a los cielos. Primeramente<br />

subió por cuánto a su cuerpo que había sido ya dotado <strong>de</strong> <strong>la</strong> gloria <strong>de</strong> <strong>la</strong> inmortalidad en su resurrección, no era<br />

proporcionado ni conveniente esta terrena y oscura habitación, sino el altísimo y bril<strong>la</strong>ntísimo cielo. Porque no<br />

so<strong>la</strong>mente subió a gozar el solio <strong>de</strong> aquel<strong>la</strong> gloria y reino que con su sangre había merecido, sino también a<br />

disponer y cuidar <strong>de</strong> lo perteneciente a nuestra salvación. A<strong>de</strong>más, para confirmar con este hecho que su reino<br />

no era <strong>de</strong> este mundo; pues los reinos <strong>de</strong>l mundo son terrenos y perece<strong>de</strong>ros, fundándose sobre gran<strong>de</strong>s<br />

riquezas y po<strong>de</strong>río <strong>de</strong> <strong>la</strong> carne, mas el reino <strong>de</strong> Cristo no es terreno como esperaban los judíos, sino espiritual y<br />

eterno.<br />

Y en este reino aquellos son más ricos y dotados <strong>de</strong> mayor abundancia <strong>de</strong> bienes, que con más solicitud<br />

buscan <strong>la</strong>s cosas <strong>de</strong> Dios. Porque el apóstol Santiago afirma: “Que Dios escogió a los pobres en este mundo,<br />

ricos en <strong>la</strong> fe, y here<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>l reino que prometió a los que le aman”. Y también quiso el Señor subiendo a los<br />

cielos, que le siguiéramos nosotros con el entendimiento y voluntad. Porque así como con su muerte y<br />

resurrección nos había dado ejemplo <strong>de</strong> morir y <strong>de</strong> resucitar en espíritu, así con su Ascensión nos enseña e<br />

instruye <strong>de</strong> que suerte estando en <strong>la</strong> tierra po<strong>de</strong>mos subir con el alma a los cielos, confesando que somos<br />

peregrinos y huéspe<strong>de</strong>s en el mundo, y que buscando <strong>la</strong> patria, somos ciudadanos <strong>de</strong> los santos y domésticos <strong>de</strong><br />

Dios. Pues, como dice el Apóstol “nuestro trato y conversación es en los cielos”.<br />

VI. Qué beneficios reportamos <strong>de</strong> <strong>la</strong> Ascensión <strong>de</strong> Cristo.<br />

112. Cuán gran<strong>de</strong> sea <strong>la</strong> abundancia <strong>de</strong> inexplicables bienes que <strong>de</strong>rramó sobre nosotros <strong>la</strong> benignidad<br />

<strong>de</strong> Dios, mucho antes lo había cantado el divino David, según lo interpreta el Apóstol por aquel<strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras:<br />

―Ascendiste, Señor, a lo alto; llevaste contigo a los cautivos; recibiste dones para los hombres‖. Porque <strong>de</strong> allí a<br />

diez días les envió su divino Espíritu, <strong>de</strong> cuya virtud y abundancia llenó aquel<strong>la</strong> muchedumbre <strong>de</strong> fieles que se<br />

hal<strong>la</strong>ban presentes y cumplió cabalmente aquel<strong>la</strong>s ten magnificas promesas: “Os conviene que yo me vaya,<br />

porque si no me fuere, no vendrá sobre vosotros el Espíritu Santo, mas si me fuere, os le enviaré”. Sube<br />

también a los cielos, según dice el Apóstol, para presentarse ahora por nosotros en el acatamiento <strong>de</strong> Dios, y<br />

hace <strong>de</strong><strong>la</strong>nte <strong>de</strong> su Eterno Padre el oficio <strong>de</strong> Abogado nuestro: “Hijitos míos, dice San Juan, estas cosas os<br />

escribo a fin <strong>de</strong> que no pequéis. Pero aun cuando alguno pecare, no <strong>de</strong>sespere, pues tenemos por abogado<br />

para con el Padre a Jesucristo justo. Y él mismo es <strong>la</strong> victima <strong>de</strong> propiciación por nuestros pecados”.<br />

Y a <strong>la</strong> <strong>verdad</strong> con nada pue<strong>de</strong>n los fieles recibir mayor consuelo y suavidad en sus almas que <strong>de</strong><br />

contemp<strong>la</strong>r a Jesucristo, cuya gracia y autoridad es suma para con el Padre, constituido por Patrono <strong>de</strong> nuestra<br />

causa y medianero <strong>de</strong> nuestra salud. Finalmente subiendo al cielo nos preparó allí lugar, como también lo<br />

había prometido hacernos, y como cabeza nuestra tomó posesión <strong>de</strong> <strong>la</strong> gloria en nombre <strong>de</strong> todos nosotros,<br />

porque al subir al cielo, abrió sus puertas <strong>la</strong>s cuales habían estado cerradas por el pecado <strong>de</strong> Adán, y nos facilitó<br />

el camino para llegar a <strong>la</strong> celestial bienaventuranza, como él lo había predicho a los discípulos en <strong>la</strong> cena. Y<br />

para confirmar esto con su obra, introdujo consigo en <strong>la</strong> mansión <strong>de</strong> <strong>la</strong> felicidad eterna <strong>la</strong>s almas <strong>de</strong> los justos<br />

que había libertado <strong>de</strong>l infierno.<br />

VII. Ventajas que conseguimos con <strong>la</strong> Ascensión <strong>de</strong> Cristo.<br />

113. A esta maravillosa riqueza <strong>de</strong> celestiales dones se siguió otra saludable serie <strong>de</strong> ventajas y<br />

utilida<strong>de</strong>s. Porque primeramente se añadió gran realce al merecimiento <strong>de</strong> nuestra fe, pues esta virtud es <strong>de</strong><br />

aquel<strong>la</strong>s cosas que no se ven y están muy lejos <strong>de</strong> <strong>la</strong> razón e inteligencia <strong>de</strong> los hombres. Y por esto si no se<br />

hubiera ausentado el Señor <strong>de</strong> nosotros, fuera menor el mérito <strong>de</strong> nuestra fe, pues el mismo Señor l<strong>la</strong>ma<br />

bienaventurados a los que no vieron y creyeron. A más <strong>de</strong> esto, <strong>la</strong> Ascensión <strong>de</strong>l Señor al cielo es muy<br />

importante para confirmar <strong>la</strong> esperanza en nuestros corazones. Porque creyendo que Cristo hombre subió al<br />

cielo, y que colocó nuestra naturaleza a <strong>la</strong> diestra <strong>de</strong> Dios Padre concebimos gran<strong>de</strong> esperanza <strong>de</strong> que también<br />

nosotros subiremos al cielo y nos juntaremos con nuestra cabeza, lo cual aseguró el mismo Señor con estas<br />

pa<strong>la</strong>bras: ―Padre, quiero que los que me diste, estén conmigo don<strong>de</strong> yo estoy‖ 274 . Asimismo con su Ascensión<br />

nos hizo el grandísimo beneficio <strong>de</strong> haber arrebatado nuestro <strong>amor</strong> al cielo y haberlo inf<strong>la</strong>mado con el divino<br />

espíritu, porque muy verda<strong>de</strong>ramente se dijo que don<strong>de</strong> está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón.<br />

VIII. No era conveniente a nosotros que Cristo quedase en <strong>la</strong> tierra.<br />

114. Y a <strong>la</strong> <strong>verdad</strong>, si Cristo Señor habitase en <strong>la</strong> tierra, todas nuestras atenciones versarían sobre <strong>la</strong><br />

presencia y trato <strong>de</strong> su humanidad, y mirándole so<strong>la</strong>mente como a un hombre que nos colmaba <strong>de</strong> inmensos<br />

beneficios, le amáramos con cierto afecto terreno. Mas subiendo al cielo, espiritualizó nuestro <strong>amor</strong>, e hizo que<br />

274 “Pater, quos <strong>de</strong>disti mihi, volo, ut ubi ego sum et illi sint mecum.” II. Joan., XVII, 24.<br />

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