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LA JER>lRQUÍA CATÓLICA y LA TRANSICIÓN MEXICANA' 359
ralo temporal. A pesar de que pueda resultar absurdo, muchas estructuras
religiosas, no sólo la católica, no han abandonado del todo
el ideal teocrático. En los actuales debates sobre los valores y la ética,
existe en el fondo una nostalgia del retorno de Dios como gobernante.
Las recientes experiencias del Islam fundamentalista ponen de relieve
que la secularización no es un dato sellado; por el contrario, en
este fin de siglo la política y las creencias religiosas toman de nuevo
relieve. En América Latina, para no ir más lejos, el papel de las Iglesias
tiene un peso social, económico y moral que se hace presente en
los procesos electorales. En Argentina la Iglesia católica ha adquirido
una notoria influencia moral entre las élites, pese a que haya apoyado
en el pasado a las dictaduras militares; en Chile uno de los principales
candidatos, Lavin, es abiertamente declarado miembro del Opus
Dei y sin ningún empacho, durante su campaña, además de ir a misa
quiso apoyarse en los sectores católicos conservadores. En Perú, el arzobispo
de Lima, Cipriani (también ligado al Opus Dei), apoyó abiertamente
la candidatura de Alberto Fujimori, sin embargo, la intervención
conjunta de los obispos peruanos logró balancear la posición de
la conferencia episcopal peruana.
Por ello, no es de extrañar el primer arrebato religioso de Vicente
Fax, enarbolando a la VIrgen de Guadalupe como primer acto oficial de
campaña hacia la conquista de la silla presidencial. Más que un acto de provocación
y de mercadotecnia, expresa el regreso explícito de lo religioso
a la arena política y en particular a la electoral. Este hecho pone de manifiesto
que se están rompiendo los mitos y tabúes en torno a la relación
religión-política en México. El gobierno y los sectores priístas exaltan el
pasado inmediato de guerra y luchas como advirtiendo que debemos no
sólo tener cuidado en mezclar la política con la religión sino evitarlo; en
el fondo saben muy bien que el grueso de la estructura católica juega
en contra.
La fe, aunque pública, es privada. Todo Estado liberal laico acentúa
que la fe es un asunto del individuo que debe ser vivido con toda libertad,
pero sobre todo en el ámbito de lo privado. Sin embargo, la propia
catolicidad, empezando por el mismo Papa Juan Pablo 11, reivindica que
además de privada la dimensión pública y política de la fe es inevitable.
Los casos paradigmáticos los encontramos en el papel de las Iglesias católicas
en el derrumbe del socialismo real en Europa central. Principalmente
en la Polonia del Walesa.