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SAN LUIS EN LA GESTA SANMARTINIANA.pdf

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hacen comprender sin esfuerzo que la administración histórica de Dupuy no puede<br />

confundirse, como algunos cronistas lo han hecho, con la concomitante del Dr. de la<br />

Roza en San Juan y con el gobierno administrativo y político de Luzuriaga en<br />

Mendoza. (328)<br />

¿Cuáles fueron esos colaboradores? Fueron hombres del común, vale decir<br />

fieles expresiones del sentido común a nuestro pueblo, en aquello que tal sentido<br />

tiene de variable, y que, desde luego, debe al medio y a la época. Fueron hombres, si<br />

se quiere, de buen sentido, en todo aquello que destacó su actuación particular de la<br />

colaboración del común - pueblo de personas no de individualidades gregarias, como<br />

por ahí ha expresado tan acertadamente Pablo Antonio Cuadra, tratando de definir el<br />

hondo sentido de la democracia hispánica.<br />

No fueron doctores. Ni necesitaron serlo. Quizá, si lo hubieran sido, habrían<br />

fracasado lamentablemente. Fueron hacendados que afrontaban el regimiento de la<br />

comunidad con la misma llaneza e idéntica lealtad con que cualquiera de ellos<br />

abandonaba los intereses de su estancia para velar por el bien común; llamárase<br />

Francisco de Paula Lucero, José Santos Ortiz, José Justo Gatica o Marcelino Poblet.<br />

Eran comerciantes que, con inalterable sencillez, pasaban de la trastienda de una<br />

pulpería a la Sala Capitular; tratárase de don Luis de Videla, de don Matheo Gómez o<br />

de don Tomás Luis Osorio. Fueron modestos artesanos que descuidaban el tapial<br />

cuyas agujas habían plantado, o la fábrica del muro que comenzaban a levantar, para<br />

asistir a los acuerdos del Cabildo, como don Tomás Baras o don Isidro Suasti. Eran<br />

hombres curtidos en el trabajo, y, también, en cierto modo, soldados aguerridos. Tal<br />

la genérica envergadura casi anónima, la desconocida reciedumbre, de los<br />

colaboradores con que contó Dupuy sin reservas.<br />

Pero en todos ellos había una nota, un acento, que debemos atribuir a la<br />

época y al ambiente; nota o acento, que a despecho del estupor que les embargaría<br />

de saberlo, les coloca en el plano de la más auténtica heroicidad –la más<br />

desconocida para nosotros-. Nos referimos a esa conciencia que tenían de su<br />

propia capacidad para regir o para actuar en el orden público, en la medida que<br />

el lago alcance de su sentido común y de su patriotismo les hacía columbrar.<br />

Eran, por lo tanto, la antítesis del héroe de Carlyle. Y, recordando una paradoja<br />

brillante a la vez que profunda de Chesterton, se nos ocurre afirmar que eran<br />

hombres de excepción, porque teniendo una noción exacta de su medianía,<br />

estuvieron siempre libres de esa incapacidad que presume saber lo que ignora. (329)<br />

Así es cómo nos hemos explicado por qué Velázquez comenzó su conocida<br />

biografía de Pringles con aquellas palabras que, en un tiempo ya lejano, todos los<br />

estudiantes sabíamos de memoria: “Modesto como la patria en que nació:” (330) Y la<br />

“patria” era el “Pays”, la Ciudad-Cabildo de la gesta inmortal.<br />

La designación de Dupuy significó un rudo golpe, un retroceso, para las<br />

aspiraciones localistas. Regía la jurisdicción D. José Lucas Ortiz, cuando D. Agustín<br />

J. Donado, en nombre de Posadas, ofició al Cabildo comunicando la designación de<br />

Tte. de Gobernador, al mismo tiempo que hacía el elogio del agraciado. La ansiada<br />

autonomía se desvanecía nuevamente, las escasas rentas quedaban supeditadas a<br />

necesidades foráneas, y, finalmente, el sucesor de Ortiz era un extraño. La<br />

intromisión porteña hacía escuela, con aquella impavidez y aquella pertinacia que fue<br />

incomprensión y egoísmo a la vez. Porque la oligarquía del puerto, ya se calificase de<br />

rivadaviana o alvearista, fue siempre eso: incapacidad para comprender la más<br />

328 Hudson, D., ob. cit., p. 26. –Nicanor Larrain, “El país de Cuyo”, Bs. As., 1906, p. 112.<br />

329 Chesterton, G. K., “Ortodoxia”, Bs. As., 1943. trad. de Alfonso Reyes, p. 16.<br />

330 Velázquez, Felipe S., “El Chorrillero”, Bs. As., 1911, 2 da ed., p. 79.

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