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SAN LUIS EN LA GESTA SANMARTINIANA.pdf

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mismos debían denunciarlos. No obstante esto, la Junta nombrada para recibir las<br />

declaraciones pudo comprobar ocultamientos y traspasos. Pueden estudiarse los<br />

casos referentes a los bienes de D. Juan Miguel Cortés, de D. Juan José Lemos y de<br />

D. Ramón Rey y Ramos, entre otros. (391)<br />

Y de este favor, sin mengua para la causa que servían con patriotismo<br />

ejemplar, sobre todo cuando la victoria ya había alejado el espectro del fracaso, no<br />

podemos excluir ni a los más responsables como Luzuriaga y Dupuy, ya que la<br />

grandeza moral de San Martín iluminó con su magnanimidad emocionante más de un<br />

trance doloroso, repitiendo enaltecido el gesto de Spínola inmortalizado por<br />

Velázquez en “La rendición de Breda”.<br />

En las alternativas de la lucha la pasión enardeció los ánimos y el corazón<br />

desbordado llevó a los labios palabras injustas. “Perros sin fe y sin honor” llamó<br />

Luzuriaga alguna vez a los realistas. (392) Y en la misma carta agrega como<br />

reflexionando, él, nacido en las cercanías del Rimac, y quizá como sintiendo en su<br />

propia sangre los efectos del conflicto: “pertenecen a la Nación Grande Española y<br />

sólo dejan de ser atrevidos cuando tiene el palo encima…” Y los puntanos<br />

sabemos que no dejaron de serlo ni con el palo encima. (393)<br />

Cuando comienzan a llegar a San Luis los prisioneros, después de Maypo,<br />

como antes referidas a los confinados, empezaron a llover sobre Dupuy las<br />

recomendaciones solicitando consideraciones de todo género para éste o<br />

aquél. ¿Quiénes los recomendaban? Los mismos insurgentes triunfantes.<br />

Muchos quedaron en San Luis. ¿Cuántas de nuestras familias de mayor<br />

representación pueden descubrir en aquella circunstancia su enfoque puntano? Más<br />

de 450 eran americanos. (394) La mayoría fue destinada a la provincia de Buenos<br />

Aires. El grupo numeroso retenido en San Luis, y diseminado en toda la jurisdicción,<br />

acrecentó con la industria de su artesanía la cultura hispánica de nuestro medio rural.<br />

Retengan bien la cifra quienes repiten sin fundamento que: la Guerra de la<br />

Independencia fue una contienda entre patriotas o criollos y españoles o godos. Y<br />

sépase, además, que cuando en Cuyo se tuvo casi la certeza de la inminencia de una<br />

invasión por el Sur, quienes secundaban los planes de los realistas peninsulares o<br />

europeos, eran los indios y los chilotes, vale decir los mismos descendientes de<br />

aquellos araucanos que supieron resistir victoriosos a los más denodados<br />

conquistadores de sus tierras. (395)<br />

El amor había vencido. Una cultura superior, mejor diríamos la Fe, había<br />

redimido a un estado bárbaro. La prueba estaba a la vista. Todos luchaban<br />

confundidos derramando su sangre en aras de su idéntico ideal. Triunfaron, empero,<br />

los independientes. Se consumó el desgarramiento de la comunidad imperial pero no<br />

para certificar una ruptura, como ha afirmado falsamente Ricardo Rojas, y como la<br />

propala el “perduellio” o los envidiosos intereses foráneos, sino, todo lo contrario, y<br />

caso único en la Historia Universal, para ostentar a la faz de la Tierra, como ocurre en<br />

391 Ibidem, c. 21, exps. 5, 9 y 11.<br />

392 Ibidem, c. 23, e. 15. Carta a Dupuy del 9 de jun. 1818.<br />

393 El estallido de febrero de 1819 fue terrible. Ni pidió ni dio cuartel. Tales para cuales, los insurgentes se<br />

mostraron a la altura de sus antagonistas. Y cuando se lee el acuerdo capitular del 8 de febrero, en el que apenas<br />

consta que, “con motivo de haberse amotinado y alzado los prisioneros de guerra del Ejército Real y los<br />

confinados por enemigos de Nuestra Sagrada Causa, a quienes felizmente hemos contenido”, asombra el temple<br />

de aquella varonil impavidez que no gastó palabras inútiles que hubieran deformado la verdad del hecho, aquella<br />

feliz contención, que fue, sin eufemismos, cruenta represión de exterminio. Tal el odio incubado por la guerra<br />

civil.<br />

394 A. H. P. S. L., c. 23, e. 11.<br />

395 Ibidem, c. 24, e. 5.

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