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SAN LUIS EN LA GESTA SANMARTINIANA.pdf

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nuestros días, esa continuidad asombrosa de destino que triunfalmente marcha<br />

afirmando como cada día más cierta la Hispanidad. (396)<br />

Nuestra cultura era rural<br />

Consumada la conquista, los guerreros se convirtieron en pacificadores, en<br />

pobladores. Con ellos, concurrió la posibilidad de una alta cultura. El escenario<br />

histórico, la jurisdicción puntana, coincidentemente, ofrendó sin tasa la posibilidad del<br />

suelo. La barbarie aborigen se diluyó a lo largo de una asimilación secular.<br />

Doctrineros y encomenderos supeditaron étnica y socialmente al indio, tornándolo<br />

factor utilísimo de colaboración, día a día más eficiente. El negro, más tarde, en muy<br />

reducida escala, llenó sus claros y fue artesano o doméstico. Así como el mestizo,<br />

guiado por la maestría de los peninsulares, aprendió las faenas agropecuarias en las<br />

estancias o haciendas.<br />

Allí, en el seno mismo de las mercedes, entre las vacadas y las tropillas en un<br />

bello escenario rupestre de aguas helénicas y cielo diáfano, nació nuestra cultura. Por<br />

eso decimos que ella, la de aquella hora, era rural, característica que, para su mal, no<br />

tiene la de nuestros días. Aquella era una cultura rústica, por lo mismo que sus<br />

valores culturales eran modos y formas de convivencia campesina; modos y<br />

formas, empero, que entrañaban ciertas finuras (397) que nosotros desconocemos, a<br />

pesar del imperativo que pretendemos atribuir a la inteligencia sobre la voluntad –<br />

importancia exagerada referida al conocimiento en sí- y que desconoceremos cada<br />

día más en virtud del progreso técnico que se traduce en perfeccionamiento de la<br />

máquina, en la misma medida en que retrograda la persona humana, supeditada, por<br />

no decir esclavizada, a todo aquello que debiera servirla. (398)<br />

Aquella era una cultura de sana rusticidad, por lo mismo que tenía todas las<br />

virtudes de la salud campestre. Salud clásica, de que nos habla Mommenç<br />

escribiendo la Historia de Roma, que ha labrado la grandeza de los máximos<br />

períodos de hegemonía en la Historia Universal. Las posibilidades humanas de<br />

aquella cultura podemos concretarlas en la clara y recta severidad de su continente;<br />

396 Que es España, proclamando la nobleza del gaucho y la maestría de Larreta; Colombia, cantando “la gloria de<br />

la raza y sus hazañas” con el estro de Eduardo Carranza; México, haciendo la más filial defensa de la Madre Patria<br />

con la pluma de Junco; que es Argentina, con Sepich, Anzoátegui y Carlos Ibarguren; como Chile con Eyzaguirre,<br />

y Nicaragua con Pablo Antonio Cuadra. Que es, en fin, la Orden de los Caballeros de la Estirpe, que en todo el<br />

mundo hispánico, publicando la unidad de la Fe, de la lengua y de la raza, confunden para siempre, y acallan el<br />

croar de los últimos renacuajos sostenedores del liberalismo anacrónico y disgregador.<br />

397 Por eso, ha podido decir Gustavo Martínez Zuviría, en uno de sus hermosos libros, “Las espigas de Ruth”, Bs.<br />

As., Tall. Graf. L. J. Rollo, p. 29, haciendo el retrato de “Una dama de aquel tiempo”, que “columbrar su espíritu<br />

y sus costumbres, es conocer o reconocer o recordar a todas las damas de su tiempo, no sólo en Córdoba, sino en<br />

toda la nación”, y que “La razón de esta semejanza es que en todas las familias argentinas de abolengo vivía la<br />

tradición más pura de la raza española, que es castiza, afable y honrada”. Y en la p. 30 continúa así: “los dos<br />

rasgos distintivos de todas las señoras de su tiempo y de su clase, fueron la religiosidad y la hospitalidad”. Ahora<br />

bien, el “abolengo” no es nota restrictiva de las virtudes dominantes apuntadas. Cuando estudiemos “El hogar<br />

puntano” –cap. VII-, se verá cómo el orden cerrado de la economía del mismo y la jerarquía del orden social, de la<br />

soberanía social aún no dominada por la soberanía política de un Estado naciente, lo comprendía y lo vivificaba<br />

todo, haciendo posible un mejoramiento colectivo lento pero visible. La revolución individualista destruyó esta<br />

austera realidad.<br />

398 Bauhofer, Oscar, “El hombre y la técnica”, en “Cuadernos Hispanoamericanos”, Madrid, sep. oct. 1950, p.<br />

211.

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