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SAN LUIS EN LA GESTA SANMARTINIANA.pdf

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trascendía la unidad familiar dándole una jerarquía que apenas podemos concebir en<br />

nuestros días. Y aún cuando el esclavo era un valor patrimonial gozaba de la<br />

protección que alcanzaba a todos los miembros del hogar; protección que reconocía,<br />

por sobre toda consideración económica o jurídica, un antecedente de<br />

responsabilidad moral encarnado en el jefe de familia. El trabajo en aquel ámbito<br />

hogareño todavía tenía sentido y valor de redención más que de mero recurso de<br />

subsistencia. La estancia -latifundio-era una unidad económica de pastoreo más que<br />

de cultivo; pero el artesano que laboraba en ella, libre de toda anónima explotación<br />

inhumana, gozaba de una seguridad que desconoce el angustiado proletario de hoy.<br />

El libre examen, las “luces” que el interesado comedimiento protestante se<br />

desvivió por infiltrarnos lenta pero eficazmente, después labró la ruina de toda esa<br />

felicidad que la pavorosa confusión de nuestros días no está en condiciones de<br />

apreciar. Y la acción destructiva se consumó en lo que respecta al orden<br />

sobrenatural, ni más ni menos que se cumplió en el natural de la economía mediante<br />

el recurso del más audaz y taimado contrabando, primero, para rematar en el sistema<br />

más insólito y degradante de explotación colonial. Sarmiento pone el acento en una<br />

economía doméstica primordialmente de agricultura intensiva, nosotros tenemos que<br />

ponerlo en otra que, por sobre todo, fue pecuaria y de incipiente agricultura extensiva.<br />

(440)<br />

“El puntano es entonces un hacendado, un campero serrano. En el casco de la<br />

estancia tiene su hogar”. Tal hemos escrito al realizar nuestras anotaciones bajo el<br />

título de “El Pueblo Puntano”. (441) La ganadería le proporcionó las materias primas<br />

necesarias para sus industrias, y eso mismo nos explica la eficiencia del aporte<br />

humano, la preparación con que nuestros paisanos se presentaron para completar los<br />

cuadros del glorioso regimiento de Granaderos a Caballo. La rusticidad del trabajo<br />

rural en las estancias educó esos centauros que más tarde realizaron la singular<br />

hazaña de tramontar los Andes para vencer y que hicieron famosas las épicas cargas<br />

de la caballería patriota.<br />

Contradiciendo la muy repetida leyenda de la ociosidad de nuestro criollo,<br />

digamos que él se había curtido en la más fecunda escuela del trabajo. (442) La<br />

440 De nuestras estancias se exportaban con destino a Mendoza, San Juan, Córdoba o Buenos Aires, las siguientes<br />

manufacturas o materias primas: ponchillos, ponchos, picote, bayeta, cordobanes, frazadas, jergas, lana, clin, raíz<br />

de teñir, petacas, camas, maderas, pasas de higo, orejones, quesos, grasa, charqui, etc., a más de ganado vacuno en<br />

pie, caballos, ganado menor y mulas. A. H. P. S. L., c. 30, exps. 22 y 23. Ya veremos oportunamente a qué precio<br />

vendieron los puntanos estos efectos y manufacturas para el Ejército de los Andes. Lo corriente en nuestras<br />

estancias era producir para su propio consumo: carne, chuchoca, algunas legumbres y hortalizas, pan, leche,<br />

queso, grasa, manteca, maíz, trigo en algunas zonas, frutas en los partidos de Piedra Blanca de la Falda, Renca, de<br />

la Costa y otros; harina, en Guzmán, Renca, Trapiche y Piedra Blanca de la Falda, donde hemos ubicado<br />

molinos. –Ibidem, c. 26, e. 35; c. 27, e. 25 y c. 31, e. 13-, jabón, velas, sebo, almidón, hilo de pita, fibras de totora,<br />

aves de corral, cueros crudos y curtidos, etc. El atuendo y el menaje era de fabricación casera como asimismo lo<br />

había sido gradualmente la fábrica de la casona que albergaba la familia con sus esclavos, peones y agregados que<br />

no eran pocos. Nuestros criollos sabían labrar madera, construir muebles sencillos, rústicos y fuertes, levantar<br />

muros, techar y fabricar la mayoría de los utensilios del trabajo de la estancia. En nuestros hogares de antaño,<br />

había criados o esclavos que poseían las más corrientes artesanías u oficios. En aquel ambiente se odiaba el vicio<br />

y la ociosidad y se los perseguía sin contemplaciones. Pero por sobre toda esa actividad material, había en ese<br />

hogar, comúnmente, un lugar sagrado: el oratorio, donde todos se reunían diariamente a elevar sus preces, y, en<br />

donde, no pocas veces, yacían sepultados los antepasados. –Cfr. nuestro trab. “El labrador de los valles puntanos”,<br />

“Ideas”, rev. mensual de cultura puntana, órgano del Ateneo de la Juventud “Juan C. Lafinur”, S. Luis, agost. y<br />

sep. de 1934, nº 27 y 28, p. 41.<br />

441 Cfr. cap. V de estos apuntes, p. 84.<br />

442 ¿Qué no sabía hacer? Petacas, lazos, torzales, mates, vasos, cubiertos, cañizos, zarzos, su casa, sus muebles,<br />

sus ropas, sus… fueron obra de sus manos calumniadas. Pero ésa no fue cosecha de la escuela cívica que le dieron<br />

después. ¡Ah! La mentada montonera. Hay que estudiar este complejo hecho histórico-social. Alguna vez

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