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SAN LUIS EN LA GESTA SANMARTINIANA.pdf

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Así, lentamente, pero con paso seguro, se avanza en todas las<br />

manifestaciones de la vida social. Nace la Ciudad-Cabildo y nacen los hogares que<br />

han de justificar la razón del orden y del trueque. La convivencia se perfecciona con<br />

las cofradías y corporaciones, y cuando las luces deslumbran algunas ingenuidades<br />

y presunciones propias de la hora, y el racionalismo desequilibra la razón, de no<br />

pocos, sustentando la doble ilusión del progreso indefinido y de la libertad como fin,<br />

en toda la jurisdicción puntana existe una ganadería floreciente, gran preocupación<br />

por el trabajo rural y una animadversión por, no digamos la desidia, sino simplemente<br />

los malentretenidos o amigos de la carpeta y de los gallos, que estamos en<br />

condiciones de probar que no ha habido tiempos como aquéllos en que se combatiera<br />

tan sincera y eficazmente la vagancia y el vicio; (406) lacras que más tarde el<br />

liberalismo letrado ha utilizado a despecho de los más nobles sentimientos e ideales<br />

del alma nacional y de una sobrecarga legislativa que da grima.<br />

Aparece la justicia rural con aquella inflexibilidad, o con aquella rectitud lega<br />

que el paternal absolutismo ponía en el cumplimiento de sus obligaciones como<br />

buena dosis de la mejor intención. La justicia era, por sobre todo, de conciliación.<br />

Desde el Tte. de Gobernador y los Cabildantes, hasta el último Alcalde de<br />

Hermandad, eran primordialmente jueces de avenimiento. Importaba, antes que nada,<br />

asegurar el derecho de cada uno sin dar escándalo. Hoy, preocupa, en primer<br />

término, la tasación de honorarios. Pero es que cuando se va a librar esa guerra civil<br />

que se llama de la Independencia: el padre en el hogar, el alcalde de hermandad en<br />

su partido, como el regidor en la Sala Capitular, tenían todavía algo de esa<br />

intangibilidad que hoy no tiene ni lo sagrado, si aún podemos considerar vigente esa<br />

antigualla de lo sagrado para la conciencia envilecida de quien se sabe a merced de<br />

su propio desamparo.<br />

En la segunda década de este siglo, en la capital puntana se comenzó,<br />

dándole importancia de descubrimiento portentoso, a montar en una escuela algunos<br />

telares con los que se trataría de dar efectividad a cierta corriente de habilitación<br />

popular. No estudiamos, ahora, este hecho que merece capítulo aparte. Empero,<br />

preguntémonos: ¿Qué había sido de las tejedoras que denuncia el censo de 1895?<br />

¿Qué había sido de los 3.000 telares que podemos anotar para 1814? ¿Qué se<br />

hicieron los comerciantes y dependientes criollos, los zapateros, peineros, músicos,<br />

plateros, grabadores, herreros, albañiles, carpinteros, pintores, trenzadores,<br />

talabarteros, curtidores, mineros; que todo eso nos dio la “capacitación” de la España<br />

imperial? ¿Qué había sido de ellos? Se los había tragado la perfección democrática<br />

que nos trajo el electoralismo ilustrado, la oligarquía agabachada, el “perduellio”<br />

agiotista, mediante esos prolíficos recursos que fueron y son: el alcohol, la sífilis y la<br />

tuberculosis.<br />

Utilizado, explotado y burlado el criollo que había dado existencia y gloria a la<br />

Patria, era llegada la hora de que cediera el puesto al gringo que sabía arar, sembrar,<br />

cuando él apenas si podía seguir arrastrando la piltrafa de una vidastra a través de<br />

una realidad social envenenada y aniquilada. Después vinieron los “sociólogos” y<br />

calumniaron la víctima de todos los odios descastados. ¿Acaso merecía repararse en<br />

el honor de un pueblo, de una estirpe, cuya sangre se creyó conveniente derramar<br />

406 Existía la “papeleta de conchavo”, que generalmente estaba autorizada, rubricada, por el alcalde de 1 er voto.<br />

Los vagos o mal entretenidos, gente sin oficio o sin medios lícitos o recursos conocidos para subvenir a las<br />

necesidades de la existencia, eran apresados o incorporados a los regimientos que se reclutaban o a los<br />

destacamentos fronterizos o a los pelotones de trabajo. La permanencia de trabajadores –peones o artesanos- en<br />

las pulperías, era estrictamente fiscalizada por los alcaldes de barrio o de hermandad. Y cuando aparecía algún<br />

elemento dañino en cualquier distrito, se le perseguía hasta domeñarlo o expulsarlo de la jurisdicción.

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