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con numerosos hijos, sin miedo a los escándalos que provocaba<br />

su vida licenciosa y pensionando también a pintores y escultores.<br />

Al fallecer estos dos magnates eclesiásticos, Rodrigo de Borja<br />

quedó a la cabeza de los cardenales que la gente llamaba<br />

aseglarados, a causa de sus costumbres.<br />

Paulo II moría casi repentinamente en 1471 a consecuencia de<br />

un hartazgo de melones, después de cenar al aire libre en los<br />

jardines del Vaticano, a la hora en que la atmósfera parecía más<br />

envenenada por las pestilencias palúdicas.<br />

Como los venecianos habían sido los más influyentes durante<br />

el Pontificado de su <strong>com</strong>patriota, el pueblo de Roma los<br />

aborrecía, lo mismo que años antes a los sieneses y a los<br />

españoles;<br />

Otra vez Rodrigo de Borja, que figuraba al frente del<br />

Importante grupo de cardenales aseglarados, ricos audaces e<br />

Inquietos, influyó en la elección pontifical, ayudado por sus<br />

<strong>com</strong>pañeros Gonzaga y Orsini, que tampoco eran de mejores<br />

costumbres. Fué el elegido un genovés, antiguo fraile, el cardenal<br />

Francisco de la Rovere, que tomó el nombre de Sixto IV.<br />

La primera preocupación del nuevo Pontífice y del Sacro<br />

Colegio fue buscar los tesoros reunidos por Paulo II durante su<br />

Pontificado. Poco antes de su fallecimiento había hecho saber al<br />

consistorio que guardaba medio millón de ducados para hacer la<br />

guerra a los turcos si los príncipes de la Cristiandad se decidían a<br />

ayudarle. Lentamente fueron descubriendo estas riquezas que el<br />

Papa noctámbulo había ocultado en distintos lugares: cincuenta y<br />

cuatro copas de plata llenas de perlas, enorme cantidad de oro sin<br />

labrar, numerosas piedras preciosas y cuatro depósitos de moneda<br />

acuñada, que sumaban más de cuatrocientos mil ducados. Todos<br />

estos tesoros se confiaban a la custodia del obispo de Calahorra,<br />

alcaide del castillo de Sant’ Angelo.<br />

Era el cardenal Borja quien ceñía la tiara al nuevo Pontífice,<br />

viendo asegurada por tercera vez su autoridad en el manejo de sus<br />

negocios de la Santa Sede. Pero aunque Sixto IV le apreciaba en<br />

mucho y lo favorecía con valiosos donativos, se fue entregando a<br />

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