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descabellada, propia de la juventud.<br />

Acogió Borgia con débil sonrisa de agradecimiento los buenos<br />

propósitos de Enciso. La presencia de éste acababa de despertar<br />

en su memoria muchos recuerdos adormecidos.<br />

Vacila antes de hacer una pregunta que desde algunos minutos<br />

antes se agitaba en su pensamiento, pugnando por exteriorizarse.<br />

—¿Y Rosaura?—dijo al fin. Ahora fue el diplomático-artista<br />

quien titubeó.<br />

—Esa señora—repuso después de larga pausa—debe de estar<br />

ya lejos de Roma en los presentes momentos. Me dijo que se<br />

marchaba hoy... ¡Ay querido Claudio! La vida cambia<br />

incesantemente y nosotros también Ya sabe usted que la<br />

existencia es a modo de rueda, y cuando nos Imaginamos ir<br />

siempre hacia arriba, en una ascensión sin término, nos vemos<br />

sabeza abajo,<br />

La que usted llama Rosaura ha dejado de merecer tal nombre<br />

poético. Es simplemente la señora viuda de Pineda, y pronto<br />

pasará a ser la señora de López Rallo. Se casa, querido amigo, y<br />

se casa con verdadero fervor <strong>com</strong>o si fuese a conocer por primera<br />

vez el matrimonio. Una mujer tan interesante, tan... poética, sólo<br />

habla de las cosas del hogar, embelleciéndolas con verdadero<br />

entusiasmo.<br />

Y Enciso mostraba en palabras y gestos una desilusión de<br />

padre de familia cansado de los monótonos placeres caseros y<br />

admirador secreto de irregularidades y aventuras al ver a esta<br />

dama novelesca, perpetuo ídolo de sus ensueños, igual a su<br />

propia esposa y a la mayor parte de las mujeres que encontraba<br />

en los salones.<br />

—Yo no sé—continuó—qué potencia de sugestión tiene ese<br />

muchacho del monóculo. ¡Quién podía Imaginarse a Rosaura la<br />

perfecta casada, pensando nada más que en sus hijos y deseosa,<br />

tal vez, de tener otros en su segundo matrimonio!...<br />

Siguió escuchándole Claudio con cierta frialdad. Examinaba<br />

su interior para saber si tales palabras despertaban en él ecos<br />

dolorosos. Realmente, no sufrió celos ni le agitó la cólera. Creía<br />

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