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de su crisis mortal, y que únicamente un hombre de su temple<br />

podía soportar. Habían abierto el vientre a una mula, según unos,<br />

y a un toro, según otros, para meter desnudo al enfermo dentro<br />

del cuerpo de dicho animal, aun chorreando sangre y agitado por<br />

las convulsiones agónicas. A continuación sumergían al<br />

paciente en una enorme tinaja llena de agua casi congelada,<br />

Tales invenciones populares obedecian sin duda a que el<br />

valenciano Torrella, médico de gran celebridad (hecho obispo por<br />

el Papa para que cobrase las rentas de su diócesis), había<br />

aplicado a César un tratamiento riguroso de inmersiones frías, y<br />

por antítesis, inventaba el vulgo lo del encierro en el cuerpo<br />

caliente de un gran cuadrúpedo destripado.<br />

Se salvaba el Valentino, pero su curación era muy lenta y<br />

quedaban en su rostro para siempre las huellas de esta crisis<br />

mortal.<br />

Como Alejandro VI había muerto a consecuencia de una<br />

enfermedad microbiana de rápida evolución, y era grande y obeso<br />

de cuerpo su cadáver se inchaba inmediatamente,<br />

des<strong>com</strong>poniéndose. Su cara, negra y tumefacta, resultó a las<br />

pocas horas inconocible.<br />

Este desfiguramiento no pudo ser disimulado ni tampoco la<br />

súbita putrefacción del cadáver, y <strong>com</strong>o el pueblo no tenía el<br />

menor concepto de tales fenómenos orgánicos, dio curso libre<br />

una vez más a su fantasía ávida de cosas dramáticas, suponiendo<br />

al Pontífice victima del veneno. En aquel entonces sólo los<br />

Borgias podían envenenar, y el crédulo populacho inventó que<br />

todo lo ocurrido era obra de una equivocación, por haber tomado<br />

el Papa y su hijo en una cena el mismo veneno que destinaban al<br />

cardenal Corneto.<br />

Tres meses después de la muerte de Alejandro VI, el<br />

humanista Pedro Mártir de Anghiera, protegido de los Reyes<br />

Católicos y enviado de España, fue el primero que se hizo eco de<br />

este cuento en una de sus muchas cartas, elegantes, amenas, pero<br />

escritas con deplorable ligereza. Todos los denigradores del<br />

Pontífice difunto se basaron Inmediatamente en dicha epístola<br />

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