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condiciones naturales; pero trasladados al ambiente italiano del<br />

siglo xv tuvieron que adaptarse a él, para poder vivir. Teniendo<br />

en torno la traición y la astucia, la mentira y la duplicidad,<br />

propias de la Corte romana, en medio de eclesiásticos<br />

familiarizados con el disimulo y la perfidia, acabaron por<br />

sobresalir en esta nueva atmósfera, pues su inteligencia superior y<br />

su voluntad férrea les facilitaron dicha transformación. César,<br />

nacido en Italia y desarrollando su Infancia y su juventud en el<br />

mundo papal, resultó el hombre más sutil de su época.»<br />

Encontraba en los alrededores de Sinigaglia a Vitelli, a Paolo<br />

Orsini y Oliveretto da Permo. Las tropas numerosas de éstos se<br />

mantenían invisibles lejos de dicha ciudad.<br />

El jefe y sus antiguos tenientes se saludaron con falso<br />

regocijo. Los conjurados estaban seguros de que César admitiría<br />

todas sus exigencias, por la persuasión o por la fuerza. No los<br />

seguían <strong>com</strong>o escolta más que dos pequeñas huestes: la que<br />

mandaba don Michelotto y la de Oliveretto, esta última de<br />

mercenarios italianos.<br />

Don Michelotto marchó delante de todos al entrar en<br />

Sinigaglia, con el pretexto de que el enemigo, poseedor aún de la<br />

fortaleza, podía atacarlos de pronto. Un puente daba acceso a la<br />

ciudad, y don Miguelito, que ya tenía sus gentes dentro de ella,<br />

dejó pasar a César y a los tres condottieri nada más. Luego se<br />

interpuso, e impidió la entrada de los soldados de Oliveretto,<br />

alegando la falta de alojamientos y que era mejor se instalasen en<br />

el arrabal.<br />

Mientras Corella realizaba esta astuta maniobra, el duque y<br />

sus capitanes traidores llegaban a la puerta del caserío donde iba<br />

a instalarse aquél. Los tres jefes intentaron despedirse: pero César<br />

los retuvo amablemente rogándoles que entrasen en su<br />

alojamiento para continuar hablando de la toma del castillo de<br />

Sinigaglia, que debía realizarse aquella misma tarde, por<br />

rendición o a viva fuerza. Le siguieron los condottíeri, y el duque<br />

los abandonó en un salón, manifestando el deseo de cambiarse de<br />

ropas o con otro pretexto más natural y apremiante,<br />

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