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esto nombró un Tribunal en el que figuraban las personas más<br />

respetables e íntegras de entonces. Como dicha anulación tenía<br />

por base el hecho de que Lucrecia aún estaba virgen, fue invitado<br />

el marido, según costumbre de la época, a demostrar su virilidad<br />

delante de testigos, y se negó obstinadamente a esta prueba.<br />

Su tío Ludovico el Moro, tirano de Milán, por honor de su<br />

familia y para evitar los <strong>com</strong>entarlos regocijados de toda Italia,<br />

que cubrían de ridículo a un Sforza, le exigió, lo mismo que el<br />

Tribunal de Roma, que se sometiese a probar su virilidad ante<br />

testigos y tampoco quiso obedecer dicha orden.<br />

A lo vergonzoso de esta confesión tácita de impotencia se<br />

unió la amargura de tener que restituir la considerable dote que le<br />

había aportado Lucrecia, viéndose obligado, de no hacerlo, a la<br />

entrega de su señorío de Pésaro, dependiente de la Santa Sede.<br />

Finalmente, huyó de Roma, afirmando que hacia esto para<br />

salvar su vida, y no le faltaba razón. Con su facundia venenosa,<br />

había empezado a lanzar acusaciones dignas de una mentalidad<br />

anormal y que equivalían al mismo tiempo a una demostración de<br />

que jamás había amado a su mujer. El fue quien inventó la<br />

inconcebible calumnia de que Lucrecia era amante de su padre y<br />

sus hermanos. Es seguro que de haber permanecido unos días<br />

más en Roma, el mismo César lo habría matado a puñaladas.<br />

«Este hispanoitaliano—se dijo Borja—, sereno y frío en los<br />

cálculos de la política y la guerra, mostraba una furia que casi era<br />

demencia cuando alguien insultaba a sus más próximos parientes.<br />

Algunos de sus crímenes no tuvieron otro origen. Además, por un<br />

pundonor que parecía heredado de sus abuelos valencianos,<br />

nunca quiso encargar a otros sus venganzas de familia. Era él<br />

quien debía realizarías por su propia mano.»<br />

El parlanchín Sforza se refugió en Venecia, donde vivían los<br />

principales adversarios del Papa, y desde allí fue inventando<br />

nuevas atrocidades para la leyenda negra de los Borgias, que<br />

muchos años después reprodujeron los propagandistas de la<br />

Reforma, con el deseo de hacer daño al Papado, sin pararse a<br />

examinar su veracidad ni a sostenerlas con pruebas.<br />

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