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estaba lejos de imaginarse que ya no vería más a sus pequeños,<br />

pues empezaba a navegar hacia la muerte.<br />

Todos los hijos del Pontífice se juntaron en Roma. Lucrecia<br />

había abandonado a su marido, volviendo al lado de su padre. Se<br />

quejaba de que Juan Sforza no la servía <strong>com</strong>o era su deber.<br />

Además, en el curso de la gran tormenta arrostrada por Rodrigo<br />

de Borja, este yerno procedía de un modo alevoso,<br />

manteniéndose en secreta relación con sus enemigos.<br />

El primero en llegar era Jofre, nuevo príncipe de Esquilache,<br />

con su inquietante esposa la napolitana doña Sancha. Habían<br />

vivido durante la invasión francesa ocultos en Calabria, y las<br />

victorias de Gonzalo de Córdoba acababan de sacarlos de dicho<br />

confinamiento, entrando en Roma dos años después de su<br />

matrimonio.<br />

Preparó Alejandro una recepción ostentosa a los jóvenes<br />

príncipes, saliendo a caballo todos los cardenales y las<br />

corporaciones fuera de las puertas de la ciudad para<br />

a<strong>com</strong>pañarlos hasta la presencia del Santo Padre, rodeado de su<br />

Corte y de los embajadores.<br />

Sancha se hacía gran amiga de su cuñada Lucrecia. Esta no<br />

era un modelo de virtud; casi ninguna mujer de aquella época lo<br />

era en Italia; pero su reposado temperamento la mantenía al<br />

margen de la mala conducta, mientras Sancha, de ardores<br />

voluptuosos inextinguibles, no reconocía obstáculos para la<br />

satisfacción de su lubricidad, mostrándose audaz y escandalosa<br />

en gestos y palabras.<br />

Juntábanse en la Corte papal, tres mujeres jóvenes. La más<br />

vieja de ellas apenas pasaba de los veinte anos, y sus dos amigas<br />

vivían aún lejos de dicha edad: la bella Julia Farnesio, Lucrecia y<br />

Sancha.<br />

Claudio las veía imaginativamente cubiertas de joyas, vestidas<br />

con un lujo asombroso, seguras de su influencia sobre los<br />

hombres, atrevidas al poder contar con la más alta de las<br />

protecciones, tomándolo todo a risa, con la ligereza e<br />

inconstancia propias de su edad, y las llamaba en su interior las<br />

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