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llamaba judío, marrano o circunciso. Como entre los españoles<br />

avecindados en Roma los había que eran marranos, o sea judíos<br />

conversos, los italianos, por odio al extranjero, creían de origen<br />

ismaelita a todos los procedentes de España. En cuanto al apodo<br />

de circunciso, aludía Rovere, al mismo tiempo que a un<br />

imaginarlo judaísmo, a ciertos rumores de la maledicencia<br />

popular, que suponían en Rodrigo de Borja, cuando era cardenal<br />

y atraía a las mujeres <strong>com</strong>o el imán al hierro, un monstruoso<br />

desarrollo de cierta parte de su organismo.<br />

El hipócrita legado en Aviñón recibía a César <strong>com</strong>o a un<br />

príncipe real, y tales eran sus fiestas y banquetes al hijo del<br />

circunciso, que en una semana gastó siete mil ducados de oro.<br />

Luego escribía entusiásticas cartas al Pontífice alabando la<br />

modestia y las virtudes del que todos empezaban a llamar el<br />

duque del Valentinado.<br />

Esto último no lo consideró Claudio hipérbole adulatoria, pues<br />

el valor de las palabras cambia con los tiempos. Modestia<br />

significaba entonces simpatía, y eran llamadas virtudes la<br />

elegancia, la cultura y el gracejo en la conversación.<br />

Seguía adelante el duque del Valentinado, siempre de fiesta en<br />

fiesta, acogido reglamente por los más altos señores franceses,<br />

que habían recibido órdenes de su monarca para obsequiarlo cual<br />

si fuese un príncipe heredero. En Lyon le daban un banquete<br />

pantagruélico, con trescientas sesenta piezas de volatería o de<br />

caza mayor y ciento sesenta y dos platos montados de confitería,<br />

corriendo verdaderos ríos de hipocrás y los mejores vinos de<br />

Francia. Por Valence, capital de su ducado, pasaba casi sin<br />

detenerse, pretextando que debía ser investido por el mismo rey<br />

en persona, y también se negaba a recibir el collar de San Miguel,<br />

presentado por un embajador del monarca, arguyendo que él sólo<br />

podía aceptarlo de manos de Luis XII.<br />

Al fin se encontraba con éste en Chinon, y tan esplendoroso<br />

era el cortejo de César, que Brantóme hablaba de él en su libro<br />

Vida de hombres ilustres, mostrándose deslumbrado <strong>com</strong>o los<br />

otros cortesanos, por el lujo del hijo del Papa, y burlándose al<br />

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