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solo, sin el auxilio de aquellos temibles <strong>com</strong>pañeros de aventuras,<br />

que había tenido que licenciar. ¡Resultaban tan numerosos sus<br />

enemigos!... También pudo ser que consiguiera huir a España y<br />

pasase el resto de su existencia al lado de su hermano el marqués<br />

de Cocentaina, aquel Corella de nacimiento legítimo que salvó al<br />

Papa Borgia de un león, aquí cerca, en el Belvedere. Nada tendría<br />

de extraño que en nuestra tierra viviese y muriese <strong>com</strong>o un<br />

hidalgo, buen creyente, pasando los días en la iglesia del pueblo y<br />

relatando sus aventuras a los hijos de su hermano.<br />

Después de oír esto, Claudio Borja volvió a acoger con<br />

indiferencia las palabras de don Baltasar.<br />

Se iban cruzando en las estrechas calles con damas extranjeras<br />

que volvían de la iglesia de San Pedro. Eran norteamericanas<br />

pertenecientes a una peregrinación. Sin saber por qué, les<br />

encontró el joven alguna semejanza con la mujer que llevaba en<br />

su pensamiento. En realidad, no existia ningún parecido físico;<br />

eran rubias las más, y la, otra tenia los ojos y el pelo negros, pero<br />

había de <strong>com</strong>ún entre ellas cierto aire de soltura gimnástica, la<br />

buena conservación de la carne por los cuidados higiénicos, esa<br />

uniformidad del bienestar que caracteriza a la mujer rica. La<br />

ausente era una viajera <strong>com</strong>o todas ellas, y la vida de gran hotel<br />

de dancing, de sleeping, de lujosos transatlánticos, las unificaba<br />

con el mismo aire inconfundible que aglomera a los individuos de<br />

una nación, emparentándolos, aunque sus espectos particulares<br />

sean distintos.<br />

Después de varios días de encierro, le impresionaba el<br />

continuo paso de estas extranjeras, que en otro momento le<br />

habrían parecido transeúntes vulgares.<br />

«¡Y no la veré más!—pensaba—. ¡Y la he perdido para<br />

siempre!...»<br />

El canónigo continuó hablando.<br />

—Así <strong>com</strong>o ahora existe una Lucrecia <strong>com</strong>pletamente distinta<br />

al monstruo que engendró la fantasía también empieza a deiarse<br />

ver un Alejandro Sexto que no es el bandido creado por sus<br />

calumniadores. Yo soy clérigo y me está prohibido hablar contra<br />

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