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movimiento marítimo había pasado a Valencia. Su puerto era<br />

desde el reinado de Alfonso V, un centro receptor y distribuidor<br />

del <strong>com</strong>ercio con Italia.<br />

Recordaba Claudio Borja lo que había leído en las Memorias<br />

de un tal Münzer, viajero alemán que visitaba dicha ciudad en el<br />

último tercio del siglo xv, admirando sus campos de limoneros,<br />

naranjos y palmeras, y aún más la elegancia de sus mujeres.<br />

«Las valencianas—decía el alemán— visten con singular,<br />

pero excesiva, bizarría, pues van escotadas de tal modo que se les<br />

pueden ver los pezones, y, además, todas se pintan la cara y usan<br />

afeites y perfumes, cosa en verdad censurable. Los habitantes de<br />

Valencia acostumbran pasear de noche por las calles, en las que<br />

hay tal gentío que se diría estar en una feria, pero con mucho<br />

orden, porque nadie se mete con el prójimo. Las tiendas de<br />

<strong>com</strong>estibles no se cierran hasta medianoche. No hubiera creído<br />

que existiera tal espectáculo a no haberlo visto.»<br />

Esta ciudad rica y jocunda, que parecía reflejar las costumbres<br />

de la Italia del Renacimiento, situada enfrente, en la otra ribera<br />

del Mediterráneo occidental, recibió al embajador del Papa con el<br />

mismo aparato que si fuese un rey. Tuvo que pasar Rodrigo de<br />

Borja dos días en un monasterio inmediato, mientras preparaban<br />

su recibimiento. El cortejo ocupó una extensión de dos<br />

kilómetros. El cardenal de Valencia entró a caballo, bajo un palio<br />

que sostenían los personajes más importantes de la ciudad, entre<br />

timbales y trompetas, por las calles cubiertas de ricos tapices,<br />

precediéndole todas las parroquias con cruz alzada y numerosas<br />

hermandades. En días sucesivos empezaron los banquetes dados<br />

por Borja en su palacio episcopal. Este vicecanciller de la Santa<br />

Sede poseía, además de las ricas mitras de Valencia, Cartagena y<br />

Oporto, numerosas abadías y la fortuna heredada de su hermano<br />

Pedro Luis. Todas sus rentas las gastaba espléndidamente.<br />

Viviendo en Roma, había vencido, en 1461, a los cardenales<br />

más opulentos cuando se estableció una pugna entre ellos por<br />

quién arreglaría mejor la fachada de su palacio en la fiesta del<br />

Corpus. El pueblo romano lo apreciaba <strong>com</strong>o el más generoso y<br />

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