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Magnánimo.<br />

Entre ricas tapicerías estaba servida la mesa, con letras<br />

góticas sobre el mantel hechas de flores, que repetían la leyenda<br />

del escudo episcopal de Borja: Ave María gratia plena. Ocho<br />

obispos pertenecientes a ambas <strong>com</strong>itivas sentábanse al banquete,<br />

con los dos poderosos magnates eclesiásticos y numerosos<br />

Invitados seglares.<br />

£1 lavatorio de las manos lo hacían en grandes bacines de<br />

plata dorada con el fondo de esmalte, poniéndose inmediatamente<br />

sobre la mesa varias copas llenas de jenjibre verde, planta<br />

aromática que se mezclaba, entonces en todas las salsas. Luego<br />

aparecían siete grandes platos con dos pavos cada uno rodeados<br />

de numerosas perdices siendo doradas las cabezas de aquellos<br />

animales y pendiendo de sus cuerpos cartelitos con el escudo de<br />

los Borjas. Desfilaban a continuación cuatro fuentes de plata,<br />

enormes <strong>com</strong>o rodelas, llevadas cada una por cuatro hombres, en<br />

las que había, altísimos pastelones rellenos de ocas ánades,<br />

fúlicas, palomos, gallinas, terneras, cabritos y otras viandas.<br />

Todos estos manjares eran acogidos con músicas de los<br />

ministriles, que ocupaban, un tablado, y llevavan su escolta<br />

correspondiente de salsas.<br />

A continuación eran presentados dos soberbios platos,<br />

teniendo ambos el aspecto de una montaña cubierta de verdura,<br />

sobre cuya cúspide se erguía un pavo con todo su plumaje y la<br />

cabeza intacta, lanzando por su pico un chorro de agua<br />

perfumada. Y mientras los trinchantes cortaban la carne por<br />

debajo de las alas, los dos pavos seguían derramando sus fuentes<br />

de perfume. Luego venía la <strong>com</strong>ida blanca, llamada así por ser de<br />

leche, huevos y gran abundancia de azúcar, terminándose el<br />

pantagruélico banquete con numerosas variedades de confites y<br />

conservas dulces.<br />

Duraban muchos días los festejos y mascaradas, y una vez<br />

más el cardenal Borja abandonaba a Valencia para irse a Castilla,<br />

siendo recibido en Madrid con gran pompa y bajo palio, al lado<br />

del rey don Enrique, apellidado el Impotente, que iba a su<br />

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