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ecuerdo <strong>com</strong>o la Venus medieval emergp ante los ojos del<br />

caballero Tannhauser, desnuda, luminosamente blanca cual una<br />

nube hecha carne, entre 'las valvas, de la enorme madreperla que<br />

le sirve de lecho. Ya no la <strong>com</strong>paraba ahora con un ave<br />

doméstica. Desplegaba sobre la inmensidad azul sus alas blancas<br />

de paloma de Afrodita, majestuosa <strong>com</strong>o un águila, pero en su<br />

vuelo iba hacia otro.<br />

«¡Y no la veré más!—decía con voz de lamento—. ¡Ay!<br />

¿Quién me la devolverá?...»<br />

Seguía pensando en esto a media tarde, cuando llegó don<br />

Baltasar Fi-gueras, a<strong>com</strong>pañado hasta la puerta del villino por un<br />

doméstico de la Embajada de España.<br />

El canónigo se mostró discreto. Con una curiosidad casi<br />

infantil, quiso ver y tocar el vendaje que aún llevaba el joven en<br />

la pierna herida. Escuchó luego el relato del encuentro,<br />

formulando preguntas pueriles para explicar ciertos detalles.<br />

—¡Las majaderías que hacen los hombres!...<br />

Pero a tal exclamación unía cierto orgullo, pensando que uno<br />

de su familia había expuesto la vida tranquilamente <strong>com</strong>o lo<br />

hicieron en otros siglos, yendo de torneo en torneo ciertos<br />

caballeros andantes del reino de Aragón que ostentaban ante su<br />

nombre el titulo de Mosén.<br />

Evitó alusiones directas a la dama que él había conocido en la<br />

Costa Azul, autora inconsciente de tales hechos dramáticos. Su<br />

honestidad eclesiástica le hizo evitar estas y otras escabrosidades<br />

de la conversación.<br />

—Creo que después de las tonterías que llevas hechas—dijo<br />

con un acento severo que no causó mella en su oyente—,<br />

renunciarás a la vida actual. La verdadera culpa de todo la tiene<br />

tu existencia de vagabundo, sin familia, sin mujer, sin casa. Esta<br />

mañana hemos hablado de ello don Arístides y yo. El se muestra<br />

dolido, y con razón, de lo que ha pasado; pero te quiere, y lo<br />

mismo ese pobre ángel de Estelita, y hasta su tía, que tiene su<br />

geniazo, pero en el fondo es uní- buena de Dios. Te perdonan y te<br />

esperan. No digas que no; para algo me ha traído la Providencia<br />

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