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El Pontítice acabó por aceptar dicho matrimonio con la esperanza<br />

de que facilitase luego el de César con Carlota de Aragón.<br />

Las bodas de Lucrecia y Alfonso se celebraron en Roma al<br />

principio del verano de 1498. Presentábase el novio en la ciudad<br />

papal, dotado por su tío el rey de Nápoles con los ducados de<br />

Biseglia y de Quadrata. Al contrario de su hermana Sancha, este<br />

Alfonso era débil de carácter y algo tímido. Tenía diecisiete años,<br />

uno menos que Lucrecia, y no parecía sentir gran entusiasmo por<br />

el matrimonio. En cam blo, la hija del Papa mostró una verdadera<br />

pasión por este joven napolitano, esbelto, elegante y de bello<br />

rostro. Su carácter, siempre pasivo hasta entonces, se caldeó con<br />

el fuego del deseo. Fue ella la que amó verdaderamente, y el<br />

duque de Biseglia se dejó admirar, correspondiendo con cierta<br />

tranquilidad a los transportes de su esposa.<br />

De todos modos, el segundo casamiento de Lucrecia, no se<br />

pareció en nada al que se haba roto siete meses antes, pues dentro<br />

del mismo año la joven duquesa de Biseglia quedó embarazada.<br />

Alfonso y la hija del Papa se instalaron en el palacio de Santa<br />

María in Pórtico. Adriana y la bella Julia Farnesio ocupaban<br />

ahora el palacio Orsíni, en Monte Giordano. Las bodas de<br />

Lucrecia dieron ocasión a largos festejos. Doña Sancha, que era<br />

ágil de pluma, relató detalladamente sus magnificencias. El<br />

banquete nupcial se celebraba de noche y las danzas duraron<br />

hasta la salida del sol.<br />

Mostraba el Pontífice una afición extraordinaria por el baile<br />

atribuyéndolo los italianos a su origen español. Lucrecia y su<br />

hermano César eran consumados danzarines. Los cardenales y<br />

demás personajes de la Corte tenían verdadero gusto en ver bailar<br />

a madona Lucrecia, poseedora de una gracia especial para las<br />

danzas españolas, heredadas, sin duda, de sus abuelas pa-ternas.<br />

Toda la tribu de los Borjas más o menos auténticos, venidos de<br />

España para engrandecerse; los señores romanos afectos a la<br />

familia y los cardenales fíeles a Alejandro, figuraron en dichas<br />

fiestas. De acuerdo con las costumbres de entonces, era un honor<br />

servir los platos y las bebidas al Pontífice. Un prócer le<br />

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