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primeros tiempos de su Pontificado admiraba a Isabel la Católica<br />

corno una de las damas más hermosas y prudentes de aquella<br />

época. Aficionada a trajes costosos y ricas alhajas, era, sin<br />

embargo, de una virtud escrupulosa, exagerándola hasta la<br />

austeridad. Cuando su marido estaba ausente, aunque sólo fuese<br />

por una noche, hacía colocar su lecho en un gran salón,<br />

durmiendo rodeada de sus hijos y las damas de Palacio,<br />

encargadas de velar el sueño de los reyes, que recibían el titulo de<br />

cobíjeras. Así se ponía a cubierto de maliciosas suposiciones en<br />

aquel tiempo de grandes escándalos. Todos los héroes de la<br />

guerra contra los moros estaban enamorados de doña Isabel,<br />

románticamente sin esperanza y sin carnales deseos. Tenían por<br />

dama de sus pensamientos a esta reina de rublo indiscutible, con<br />

ojos azules, grandes y tranquilos.<br />

Fernando el Católico inspiraba al Papa Borgia un afecto de<br />

<strong>com</strong>padre, y sonreía al hablar de sus hijos ilegítimos, tan<br />

numerosos <strong>com</strong>o los suyos. Uno de dichos bastardos era<br />

arzobispo de Zaragoza. El cardenal Rodrigo de Borja, en sus<br />

tiempos de Vicecanciller, había hecho este favor a su amigo,<br />

entonces simple heredero de la corona de Aragón. Otros hijos del<br />

rey ocupaban cargos eclesiásticos, y las hijas entraban en<br />

conventos.<br />

Una vez más, el nuevo Pontífice obedeció desinteresadamente<br />

las insinuaciones del monarca católico. Lo que a él le convenía,<br />

en realidad, era seguir fiel a su primera alianza con el Milanesado<br />

y Venecia, detrás de la cual se mantenía oculto el rey francés.<br />

Dicha alianza representaba un peligro inmediato, por estar Carlos<br />

VIII preparando numerosas tropas para entrar en Italia y<br />

apoderarse del reino de Nápoles.<br />

El austero Savonarola, que tenía algo de charlatán, <strong>com</strong>o la<br />

mayoría de los taumaturgos, enterado en secreto de la próxima<br />

campaña invasora de los franceses, anunciábala en sus sermones<br />

<strong>com</strong>o una revelación que le había hecho Dios para castigo del<br />

Pontífice y del rey tirano de Nápoles. Y en un momento tan<br />

critico, su amigo don Fernando le exigía que abandonase a los<br />

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