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anterior, cumpliendo una misión del Papa. Admirable jinete, saltó<br />

el cardenal sobre el fogoso corcel y a todo galope volvió a la<br />

ciudad Eterna, entrando en ella antes que apuntase el día,<br />

Nadie lo vio, ni su propio padre. Sólo, mucho tiempo después,<br />

se supo que había vivido oculto en la casa de un español, Antonio<br />

Flores, auditor de la Rota, eclesiástico humilde, muy favorecido<br />

luego por los Borgias y que llegó a ser nuncio en Francia.<br />

Al enterarse Carlos VIII de la desaparición del cardenal,<br />

montó en cólera, considerando esta tuga <strong>com</strong>o una afrenta para<br />

él. Su indignación aún fue en aumento al ser registrados los<br />

dieciocho carros cubiertos con fundas blasonadas, que no se<br />

habían movido de Velletri por ignorar sus conductores la huida<br />

de su amo, viéndose que sólo contenían sacos de tierra y piedras.<br />

Esto demostró la premeditación de dicha fuga, y cuando una<br />

partida de jinetes fue en busca de los otros carros que se habían<br />

detenido en la jornada anterior, por rotura de sus ruedas,<br />

resultaron tan invisibles <strong>com</strong>o el cardenal de Valencia.<br />

Encontró el pueblo de Roma muy graciosa la jugarreta de<br />

César. Era hijo de su ciudad: un verdadero romano, nacido de una<br />

transteverina. Además, todos se mostraron furiosos por los<br />

atrevimientos de los invasores. Los Borgias eran mirados ahora<br />

con cariño, y César fue de pronto el héroe popular, ayudando a tal<br />

prestigio su misteriosa desaparición.<br />

Inventó el entusiasmo público venganzas patrióticas,<br />

atribuyéndolas al joven cardenal. Hasta propaló que unos suizos<br />

ebrios del ejército invasor habían penetrado en casa de la<br />

Vannoza, violando a esta matrona, que todavía se conservaba<br />

apetecible, y su hijo, sabedor del atentado, había ido matando a<br />

puñaladas a sus autores. La noticia era falsa, pues la Vannoza<br />

estaba en Pésaro al lado de su hija Lucrecia; pero de todos modos<br />

el pueblo admitía <strong>com</strong>o indiscutibles cuantas heroicidades<br />

vengadoras le contasen del que llamaba nuestro César.<br />

Mientras tanto, el Pontífice; alarmado por una tuga de la que<br />

su hijo no le había hecho la menor confidencia, daba excusas a<br />

Carlos VIII y ordenaba que un grupo de burgueses de Roma,<br />

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