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ecordado.<br />

—No te excuses; es Inútil—continuó la dama con violencia—.<br />

Tú te imaginas de buena fe que la tienes olvidada ; pero las<br />

mujeres sabemos de eso mas que los hombres. Es ella la<br />

verdadera causa que te aleja de mí. El señor—siguió diciendo<br />

irónicamente— siente fatiga de verse querido por una dama chic<br />

y desea a la burguesilla tímida y boba. Te conozco, caballero<br />

Tannhauser, mejor que tú mismo. Estás cansado de Venus, <strong>com</strong>o<br />

me has llamado tantas veces, y quieres hacer una Elisabeta de esa<br />

pobre muchacha que vive en Roma, cerca del fantasmón de su<br />

padre... Ve en busca de la paz para no encontrarla nunca. Ni paz<br />

ni libertad hallarás en ese mundo de gentes vulgares que ahora te<br />

hace falta, y del que te has burlado tantas veces en mi presencia,<br />

creyéndote de raza superior.<br />

Calló un momento, para añadir con expresión rencorosa:<br />

—Te conozco y te veo ya volviendo a mi después de la triste<br />

experiencia. Vas a sentirte asqueado por la ordinariez de esas<br />

personas que ahora buscas; te hará falta la verdadera libertad que<br />

es la de nuestro mundo, tolerante y feliz. Tal vez lamentarás<br />

Igualmente la ausencia de mi cuerpo y de mi voz, y yo entonces<br />

me vengaré cual si fueses un mendigo importuno al que se repele<br />

por su tenacidad. Si te vas, que sea para siempre. No vuelvas,<br />

porque entonces me mostraré cruel.<br />

Ofendido por la altivez majestuosa de ella, Claudio movió la<br />

cabeza negativamente.<br />

—Nunca volveré. Mi dignidad te evitará el placer feroz de<br />

despedirme <strong>com</strong>o un pordiosero. Hubo un larguísimo silencio.<br />

Ahora era Rosaura la que permanecía con la cabeza baja,<br />

luchando entre los impulsos de su orgullo y los consejos<br />

bondadosos del amor. Dos veces levantó los ojos para mirar a su<br />

amante, que también permanecía con el rostro bajo, y la luz<br />

débilmente rosada del atardecer hizo brillar sus córneas<br />

lacrimosas. Al fin habló con una dulzura insinuante:<br />

—No hagas caso de lo que he dicho. ¿Cómo podría yo<br />

repelerte si volvieses a mí?... ¡Qué estúpida amenaza! ¿Por qué<br />

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