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por su amabilidad insinuante y el conocimiento que revela su<br />

autor del egoísmo humano. Recuerda el cardenal a los canónigos<br />

de Pamplona que es Vicecanciller de la Santa Sede, tan poderoso<br />

casi <strong>com</strong>o el Papa, y se ofrece a ellos y a su iglesia para servirlos<br />

en Roma. ¿Cómo no contestar agradecidos?...<br />

Jofre, único de sus hijos, insignificante y sin historia, que<br />

recibió el mismo nombre puramente valenciano de su abuelo, fue<br />

también en su infancia canónigo y arcediano de la catedral de<br />

Valencia. Lucrecia, por su sexo, no podía aspirar a ninguna<br />

prebenda eclesiástica, y su padre la destinó a unirse en<br />

matrimonio con el hijo de alguno de aquellos señores de la<br />

nobleza valenciana, grandes amigo de la familia Borja desde los<br />

tiempos en que Calixto III figuraba <strong>com</strong>o secretario del rey<br />

Alfonso.<br />

Los contemporáneos de Rodrigo tuvieron a éste por «hombre<br />

de ingenio, hábil para todo, de altos pensamientos, sagaz por<br />

naturaleza y de admirable actividad en el manejo de los<br />

negocios». No era gran orador, pero mostraba una palabra<br />

elocuente en conversaciones y pequeñas asambleas, que parecía<br />

agrandar sus conocimientos literarios deslumbrando al auditorio.<br />

—Me lo imagino—siguió diciendo don Manuel—cuando ya<br />

Pontífice hablaba a cardenales y embajadores. Su voz fue<br />

indudablemente abaritonada, en consonancia con su figura<br />

majestuosa y sus ojos negros, acariciadores y tenaces. Debió de<br />

tener mucho de hombre de teatro, expresándose a todas horas con<br />

cierta solemnidad, lo que es bastante <strong>com</strong>ún en las gentes del<br />

Mediterráneo.<br />

Recordó Enciso la relación de un embajador de Venecia a su<br />

Gobierno, hablando de esta oratoria algo dramática que usaba<br />

Alejandro VI, no sólo en los actos públicos, sino igualmente en la<br />

vida privada. Cuando el Papa tenía que <strong>com</strong>unicarle algo secreto<br />

(y muchas veces el tal secreto era un engaño diplomático), lo<br />

hacía entrar en un pequeño gabinete cerraba la puerta por dentro,<br />

y señalándole un sillón, decía con majestuosa gravedad:<br />

—Sentaos, embajador, y todo cuanto aquí hablemos sólo tres<br />

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