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negaron a ir más lejos, no queriendo proteger la fuga de este<br />

poderoso caído en desgracia y empezaron a desbandarse.<br />

Ni un solo caballerizo se quedó con él, por miedo a sufrir su<br />

misma suerte. Obligado a marchar solo, Pedro Luis llegó a Ostia<br />

sin ningún accidente; pero la galera que había fletado con<br />

anticipación no le aguardaba. Había huido con su equipaje y su<br />

dinero. Tuvo que tomar una simple barca para ganar<br />

Civitavecchia, refugiándose en la fortaleza de dicho puerto,<br />

donde murió seis meses después a causa, sin duda, de tantas<br />

emociones.<br />

Mostró el cardenal Rodrigo en esta ocasión una conducta más<br />

valerosa y audaz que la de su hermano.<br />

Vivía en Tívoli desde el mes de jumo, por haber huido de la<br />

Ciudad Eterna, <strong>com</strong>o la mayor parte de los romanos, para librarse<br />

de la malaria, fiebre palúdica que producía enorme mortandad;<br />

pero al saber el estado de su tío volvió a Roma, sin reparar en<br />

peligros, manteniéndose la lado del moribundo.<br />

No le hizo retroceder el furor del populacho contra los<br />

catalanes. Su palacio acababa de ser asaltado y saqueado muchos<br />

proferían en las calles gritos de muerte contra el cardenal de<br />

Valencia; mas no por esto cambió de conducta.<br />

Después de favorecer la fuga de su hermano, separándose de<br />

él en las afueras de Roma, podía haberse vuelto a su tranquila<br />

residencia de Ti-voli. Pero, pensando que su tío iba a morir solo,<br />

volvió a entrar intrépidamente en la ciudad, yendo por las calles<br />

principales al Vaticano para rezar junto al lecho del agonizante.<br />

Mientras él despreciaba de este modo a sus enemigos, veíase<br />

obligado el cardenal Barbo a escapar de Roma, huyendo de los<br />

Orsínis, que pretendían hacerlo pedazos por haber facilitado la<br />

fuga de Pedro Luis.<br />

—Un valor tranquilo—terminó diciendo el canónigo—,<br />

reposado, inconmovible, fue la condición más característica de<br />

Rodrigo de Borja. Sus más ardientes detractores jamás osaron<br />

suponerle cobarde. Este valor, que no se eclipsó ni un segundo en<br />

el curso de su existencia, recordaba el coraje del toro. Dos veces<br />

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