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su naturaleza», y establecía la paz entre ellos.<br />

Cuando acabaron estos bailes de Momo, el cardenal de<br />

Valencia pidió permiso a Su Santidad para danzar con su<br />

hermana doña Lucrecia la baja y la alta, que era la danza de<br />

España más celebrada entonces y todos hubieron gran placer en<br />

ella, por ser ambos los más famosos danzarines de Roma,<br />

especialmente en bailes hispanomoriscos, muy de moda en aquel<br />

tiempo. El primero en admirar a dicha pareja era el Pontífice.<br />

Sonreía embelesado, siguiendo los graciosos y elegantes<br />

movimientos de sus hijos.<br />

«Era un verdadero padrazo —se dijo Borja—, semejante en<br />

esto a Fernando el Católico, otro hombre temible, también muy<br />

padrazo, que lloraba <strong>com</strong>o un niño por los disgustos que le daban<br />

sus hijas, y sobre todas doña Juana la Loca, aconsejada por su<br />

esposo.»<br />

En estas fiestas palaciegas, hombres y mujeres se trataban de<br />

muy distinto modo que en los tiempos presentes. Aunque hubiera<br />

sitiales sobrantes, la galantería re<strong>com</strong>endaba que los hombres se<br />

instalasen sobre la alfombra, a los pies de las señoras, apoyando<br />

la espalda en sus piernas, y otras veces, encima de sus rodillas.<br />

Doña Sancha contaba en su relación que el cardenal de<br />

Valencia, fatigado de bailar, venía a sentarse en sus faldas; su<br />

marido, el príncipe de Esquilache, en las rodillas de su hermana<br />

Lucrecia, y así los demás invitados.<br />

Todas las damas de la familia Borja lucían trajes enviados de<br />

Valencia, con adornos de oro a martillo y cuentas de vidrio de<br />

colores, que se llamaban a la careliana y eran entonces la última<br />

novedad en el adorno femenino. César y sus <strong>com</strong>pañeros de<br />

montería regalaban sus disfraces lujosos a los criados que<br />

presenciaban la fiesta, vistiéndose inmediatamente trajes de corte<br />

y ciñendo sus espadas para seguir bailando con las señoras.<br />

Al día siguiente celebrábase en la parte del Vaticano llamada<br />

del Belvedere, otra fiesta nocturna, desde las ocho de la noche<br />

hasta las cuatro de la mañana. Varías <strong>com</strong>pañías de truhanes<br />

hacían juegos de gimnasia y prestidigitación, empezando a<br />

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