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vías públicas. La agonía del Pontífice resultó muy larga, de julio<br />

a agosto, con bruscas mejorías y decaimientos que cambiaban el<br />

curso de la opinión.<br />

Este octogenario era quien menos creía en su propia muerte.<br />

Hasta el último instante se preocupó de la guerra contra los<br />

infieles. Cuando el cardenal español Antonio de Lacerda lo visitó<br />

para hacerle saber que los médicos le habían desahuciado y debía<br />

pensar en la salvación de su alma, <strong>com</strong>o conviene a un Pontífice,<br />

contestó que no esa cierto que hubiese de morir esta vez y aún le<br />

quedaban años para continuar su empresa contra el Gran Turco.<br />

Todavía desde su lecho presidió un consistorio, dirigiendo los<br />

negocios de la Iglesia. Entre los asuntos espirituales de su<br />

Pontificado, dos atrajeron especialmente su interés.<br />

Declaró santo al maestro predicador Vicente Ferrer. que había<br />

predicho su ascensión a la Santa Sede cuando aún se hallaba él en<br />

la infancia.<br />

—Además, fue el primero—añadió el canónigo—en venerar a<br />

una amazona del cristianismo, una doncella francesa, Juana de<br />

Arco, que años antes había sido quemada en Reims por un<br />

tribunal de obispos, cual si fuese una hechicera. Alfonso de Borja<br />

rehabilitó su memoria, limpiando su nombre de tales calumnias, y<br />

ordenó las primeras gestiones para su santificación, que sólo ha<br />

decretado la Iglesia en nuestros días, cuatro siglos después.<br />

Mientras Calixto iii agonizaba, expedía don Ferrante desde<br />

Nápoles atrevidos emisarios para que clavasen en las mismas<br />

puertas de San Pedro una protesta contra las pretensiones<br />

políticas del Pontífice, amenazándole con hacer una revolución<br />

en Roma ayudado por sus habitantes. Un grupo de cardenales<br />

guardaba el orden en la ciudad, luego de ponerse en inteligencia<br />

con don Pedro Luis, lo que resultó más fácil que ellos habían<br />

creído al principio, teniendo en cuenta su arrogancia y sus<br />

ambiciones.<br />

Rodrigo de Borja influía en el ánimo de su hermano,<br />

aconsejándole prudencia, haciéndole ver los peligros que<br />

arrostraba quedándose en Roma. Gracias a esto, don Pedro Luis<br />

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