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la garganta cortada y el pecho atravesado por nueve heridas. Su<br />

elegante justillo no tenía un solo botón sin abrochar. Los guantes,<br />

largos y perfumados, los llevaba pendientes de su cintura y su<br />

bolsa contenía treinta ducados de oro.<br />

Cubierto con una capa fue llevado en barca hasta el castillo de<br />

Sant' Angelo, donde lo desnudaron y purificaron, revistiéndolo<br />

después con el suntuoso traje de gonfaloniero. En la misma noche<br />

fue expuesto el cadáver en Santa María dei Popólo y enterrado<br />

con gran pompa. El féretro tenia tapa, viéndose el rostro del<br />

muerto. Detrás marchaban doscientos hombres con antorchas,<br />

toda la nobleza romana amiga del duque, los embajadores de<br />

España y de Milán, muchos cardenales y obispos.<br />

Al mismo tiempo, los españoles que había capitaneado Juan<br />

de Borja en su última campaña se esparcían por Roma, espada en<br />

mano, dando gritos de venganza, buscando inútilmente al asesino,<br />

siendo por su exceso de celo un verdadero peligro para el<br />

vecindario.<br />

Contaba la gente que al pasar el entierro nocturno frente al<br />

castillo de Sant' Angelo, un grito desgarrador partió de una de sus<br />

ventanas. Era el Papa, que se había trasladado por el pasaje<br />

subterráneo desde el Vaticano a la fortaleza, para contemplar por<br />

última vez el rostro de su hijo preferido, acostado en un féretro,<br />

bajo los purpúreos resplandores de doscientas antorchas.<br />

Tan violento fue el dolor de Alejandro, que tomó aspecto de<br />

demencia. El hombre meridional, con sus <strong>com</strong>plejidades<br />

inexplicables y sus arrepentimientos ardorosos, reaparecía en este<br />

varón siempre sereno y jocundo. Tres días estuvo encerrado en su<br />

cámara, sollozando <strong>com</strong>o un niño. A través de las puertas se<br />

escuchaban sus lamentos entremezclados con rezos o<br />

imprecaciones terribles. Del miércoles al sábado no tuvo un solo<br />

instante de calma. El cardenal de Segovia, su allegado más<br />

íntimo, permaneció en el umbral de su puerta durante los tres<br />

días, siendo el único que pudo decidirle finalmente a que <strong>com</strong>iese<br />

un poco.<br />

Después de estos extremos ruidosos de pena se entregó al<br />

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