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coreográficas de mujeres, bailando danzas antiguas, pretexto,<br />

según el gusto de entonces, para excitar la concupiscencia. En<br />

los tres años que duró su cardenalato, gastó Pedro Riario<br />

trescientos mil ducados de oro (varios millones de la moneda<br />

actual), dejando aún deudas por valor de sesenta mil. Sixto IV le<br />

lloraba con un dolor de padre, olvidando sus despilfarros y la<br />

enfermedad crapulosa que ocasionó su muerte en pocos días,<br />

viendo solamente lo que este joven, digno de su época, había<br />

hecho en favor de las artes, protegiendo a pintores, escultores y<br />

arquitectos. Todos los poetas de Roma le lloraron en sus versos<br />

<strong>com</strong>o un nuevo Mecenas.<br />

La desaparición de Pedro Riario dejó campo libre a las<br />

ambiciones de su primo Juliano de la Rovere. Además, éste pudo<br />

robustecer su influencia entre los cardenales aseglarados sin<br />

obstáculo alguno, por hallarse Rodrigo de Borja fuera de Roma.<br />

Pretendió Sixto IV organizar de nuevo la cruzada contra los<br />

turcos, enviando legados a las principales potencias cristianas<br />

para que le ayudasen en dicha empresa. A Borja le encargó que<br />

fuese a España, emprendiendo éste el viaje en mayo de 1472.<br />

Era la primera vez que regresaba a su patria, de la que había<br />

salido siendo adolescente, y luego de dicha visita nunca volvió a<br />

ella. Según era costumbre, todos los cardenales residentes en<br />

Roma escoltaron a su <strong>com</strong>pañero hasta la puerta de San Pablo,<br />

dándole el beso de despedida. En el puerto de Ostia tuvo que<br />

aguardar a que pasase un furioso temporal, y emprendió su<br />

navegación días después en dos naves del rey Ferrante de<br />

Nápoles, haciendo escala en Córcega y llegando el 17 de junio a<br />

la playa de Valencia.<br />

Llevaba con él varios obispos italianos, abades, jurisconsultos,<br />

poetas, que le servían d» secretarlos, y dos pintores napolitanos,<br />

que acabaron quedándose en España.<br />

Valencia era entonces la ciudad más rica del Mediterráneo<br />

español, la de costumbres más alegres y libres. Juan II, padre de<br />

Fernando el Católico, vivía en incesante lucha con los catalanes,<br />

negándose Barcelona a reconocer su autoridad, y todo el<br />

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