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Carl Sagan - Cosmos

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cumpleaños de los Estados Unidos. Dieciséis días más tarde encendimos los retrocohetes<br />

para salir de órbita y entramos en la atmósfera marciana.<br />

Después de un viaje interplanetario de año y medio, con un recorrido de cien millones de<br />

kilómetros dando un rodeo alrededor del Sol, cada combinación vehículo orbital / vehículo de<br />

aterrizaje se insertó en su órbita correcta alrededor de Marte; los vehículos orbitales<br />

estudiaron los lugares de aterrizaje propuestos; los vehículos de aterrizaje entraron en la<br />

atmósfera de Marte dirigidos por radio, orientaron correctamente sus escudos de ablación,<br />

desplegaron los paracaídas, se despojaron de las cubiertas, y encendieron los retrocohetes.<br />

Por primera vez en la historia de la humanidad, naves espaciales tocaron en Crise y en<br />

Utopía el suelo del planeta rojo, de modo suave y seguro. Estos triunfales aterrizases se<br />

debieron en gran parte a la gran capacidad técnica aplicada a su diseño, fabricación y puesta<br />

a prueba, y a la habilidad de los controladores de la nave espacial. Pero también, al ser<br />

Marte un planeta tan peligroso y misterioso, intervino por lo menos un elemento de suerte.<br />

Inmediatamente después del aterrizaje tenían que enviarse las primeras imágenes.<br />

Sabíamos que habíamos elegido lugares poco interesantes. Pero podíamos tener<br />

esperanzas. La primera imagen que tomó el vehículo de aterrizaje del Viking 1 fue de uno de<br />

sus pies: si el vehículo se iba a hundir en las arenas movedizas de Marte, queríamos<br />

enteramos antes de que la nave espacial desapareciese. La imagen se fue formando, línea<br />

a línea, hasta que pudimos ver con gran alivio el pie asentado firmemente y sin mojarse<br />

sobre la superficie de Marte. Pronto se materializaron otras imágenes, con cada elemento de<br />

la fotografía transmitido por radio individualmente a la Tierra.<br />

Recuerdo que me quedé asombrado ante la primera imagen del vehículo de aterrizaje que<br />

mostraba el horizonte de Marte. Aquello no era un mundo extraño, pensé; conocía lugares<br />

como aquél en Arizona, en Colorado y en Nevada. Había rocas y arena acumulada y una<br />

eminencia en la distancia, todo tan natural y espontáneo como cualquier paisaje de la Tierra.<br />

Marte era un lugar. Por supuesto, me hubiera sorprendido ver a un explorador canoso surgir<br />

de detrás de una duna, conduciendo su mula, pero al mismo tiempo la idea no parecía<br />

descabellada. No me había pasado por la cabeza nada remotamente parecido durante todas<br />

las horas que pasé examinando las imágenes de la superficie de Venus tomadas por los<br />

Venera 9 y 10. Sabía que de un modo u otro ése era el mundo al cual regresaríamos.

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