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Carl Sagan - Cosmos

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Estados Unidos, el socialismo, el ateísmo y la renuncia a la soberanía nacional. Sucede lo<br />

mismo en todo el mundo.<br />

¿Cómo explicaríamos la carrera global de annas a un observador extraterrestre<br />

desapasionado? ¿Cómo justificaríamos los desarrollos desestabilizadores más recientes de<br />

los satélites matadores, las annas con rayos de partículas, lásers, bombas de neutrones,<br />

misiles de crucero, y la propuesta de convertir áreas equivalentes a pequeños países en<br />

zonas donde esconder misiles balísticas intercontinentales entre centenares de señuelos?<br />

¿Afirmaremos que diez mil cabezas nucleares con sus correspondientes objetivos pueden<br />

aumentar nuestras perspectivas de supervivencia? ¿Qué informe presentaríamos sobre<br />

nuestra administración del planeta Tierra? Hemos oído las racionalizaciones que<br />

aducen las superpotencias nucleares. Sabemos quién habla en nombre de las naciones.<br />

Pero ¿quién habla en nombre de la especie humana? ¿Quién habla en nombre de la Tierra?<br />

Una dos terceras partes de la masa del cerebro humano están en la corteza cerebral,<br />

dedicada a la intuición y a la razón. Los hombres hemos evolucionado de modo gregario.<br />

Nos encanta la compañía de los demás; nos preocupamos los unos de los otros.<br />

Cooperamos. El altruismo forma parte de nuestro ser. Hemos descifrado brillantemente<br />

algunas estructuras de la Naturaleza. Tenemos motivaciones suficientes para trabajar<br />

conjuntamente y somos capaces de idear el sistema adecuado. Si estamos dispuestos a<br />

incluir en nuestros cálculos una guerra nuclear y la destrucción total de nuestra sociedad<br />

global emergente, ¿no podríamos también imaginar la reestructuración total de nuestras<br />

sociedades? Desde una perspectiva extraterrestre está claro que nuestra civilización global<br />

está a punto de fracasar en la tarea más importante con que se enfrenta: la preservación de<br />

las vidas y del bienestar de los ciudadanos del planeta. ¿No deberíamos pues estar<br />

dispuestos a explorar vigorosamente en cada nación posibles cambios básicos del sistema<br />

tradicional de hacer las cosas, un rediseño fundamental de las instituciones económicas,<br />

políticas, sociales y religiosas?<br />

Enfrentados con una alternativa tan inquietante, nos sentimos tentados continuamente a<br />

minimizar la gravedad del problema, de afirmar que quienes se inquietan por el día del Juicio<br />

son unos alarmistas; de asegurar que los cambios fundamentales en nuestras instituciones<br />

no son prácticos o están en contra de la naturaleza humana , como si la guerra nuclear fuera<br />

prácticá, o como si sólo hubiera una naturaleza humana. Una guerra nuclear a toda escala

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