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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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la bufanda debajo de la barbilla y quitándosela junto con la gorra de béisbol y el largo<br />

abrigo marrón. Lo dejó todo en un montón sobre un taburete cerca de él y se sentó-.<br />

Hasta hace dos semanas nunca había oído hablar de ti. Ahora, de repente, parece que<br />

asomas por todas partes. De entrada, tropecé con tu artículo acerca de los diarios de<br />

Hugo Ball. Un articulo excelente, pensé, hábil y bien argumentado, una respuesta<br />

admirable a los temas en cuestión. No estaba de acuerdo con todas tus opiniones, pero<br />

las defendías bien y respeté la seriedad de tu posición. Este tipo cree demasiado en el<br />

arte, me dije, pero por lo menos sabe dónde está y tiene la inteligencia de reconocer que<br />

hay otras opiniones posibles. Luego, tres o cuatro días después, me llegó una revista por<br />

correo y lo primero que vi fue un cuento firmado por ti. “El alfabeto secreto”, el que<br />

trata sobre un estudiante que constantemente encuentra mensajes escritos en las paredes<br />

de los edificios. Me encantó. Me gustó tanto que lo leí tres veces. ¿Quién es este Peter<br />

Aaron?, me pregunté, ¿y dónde ha estado escondido? Cuando Kathy como-se-llame me<br />

telefoneó para decirme que Palmer había escurrido el bulto, le sugerí que se pusiese en<br />

contacto contigo.<br />

-Así que tú eres el responsable de que me encuentre aquí -dije, demasiado<br />

aturdido por sus pródigos elogios como para que se me ocurriera algo más que esta<br />

débil respuesta.<br />

-Bueno, reconozco que no ha salido como esperábamos.<br />

-Puede que no sea tan mala cosa -dije-. Por lo menos no tendré que permanecer<br />

de pie en la oscuridad notando cómo me flojean las piernas. No deja de ser una ventaja.<br />

-La madre naturaleza ha acudido en tu ayuda.<br />

-Exactamente. La suerte me ha salvado el pellejo.<br />

-Me alegro de que te hayas ahorrado ese tormento. No quisiera vivir con eso en<br />

mi conciencia.<br />

-Pero gracias por hacer que me invitasen. Fue una satisfacción para mí, y la<br />

verdad es que te estoy muy agradecido.<br />

-No lo hice para que me lo agradecieses. Sentía curiosidad, y antes o después me<br />

habría puesto en contacto contigo yo mismo. Pero se presentó esta oportunidad y pensé<br />

que sería una forma más elegante de hacerlo.<br />

-Y aquí estoy, sentado en el Polo Norte con el almirante Peary en persona. Lo<br />

menos que puedo hacer es invitarte a una copa.<br />

-Acepto tu invitación, pero con una condición. Tienes que responder primero a<br />

mi pregunta.<br />

-Encantado, siempre y cuando me digas cuál es la pregunta. No recuerdo que me<br />

hayas hecho ninguna.<br />

-Claro que sí. Te he preguntado dónde has estado escondido. Puede que me<br />

equivoque, pero mi suposición es que no llevas mucho tiempo en Nueva York.<br />

-Antes vivía aquí, pero luego me marché. Hace sólo cinco o seis meses que he<br />

vuelto.<br />

-¿Y dónde has estado?<br />

-En Francia. He vivido allí cerca de cinco años.<br />

-Eso lo explica. Pero ¿por qué diablos quisiste vivir en Francia?<br />

-Por ninguna razón especial. Sencillamente, quería estar en algún sitio que no<br />

fuese aquí.<br />

-¿No fuiste a estudiar? ¿No trabajabas para la UNESCO o para algún importante<br />

bufete internacional?<br />

-No, nada de eso. Más o menos vivía al día.<br />

-La vieja aventura del expatriado, ¿no es eso? Joven escritor norteamericano se<br />

va a París para descubrir la cultura y a las mujeres hermosas, para experimentar los<br />

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