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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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más largo y completo que nada de lo que Sachs había leído en Nueva York. De acuerdo<br />

con las fuentes locales, Dimaggio había pertenecido a un grupo ecologista de<br />

izquierdas, un pequeño grupo de hombres y mujeres comprometidos con el cierre de las<br />

centrales nucleares, las compañías madereras y otros “saqueadores de la tierra”. El<br />

articulo especulaba con la posibilidad de que Dimaggio hubiese estado cumpliendo una<br />

misión encomendada por este grupo en el momento de su muerte, una acusación<br />

enérgicamente negada por el presidente de la sección de Berkeley de los Hijos del<br />

Planeta, el cual afirmaba que su organización era ideológicamente contraria a cualquier<br />

forma de protesta violenta. El periodista sugirió a continuación que Dimaggio podía<br />

haber actuado por iniciativa propia, haber sido un miembro renegado de los Hijos que<br />

estaba en desacuerdo con el grupo en cuestiones tácticas. Nada de esto quedaba<br />

probado, pero fue un duro golpe para Sachs enterarse de que Dimaggio no era un<br />

delincuente común. Había sido algo completamente diferente: un idealista enloquecido,<br />

un creyente en una causa, una persona que había soñado con cambiar el mundo. Eso no<br />

eliminaba el hecho de que había matado a un muchacho inocente, pero de alguna<br />

manera agravaba la situación. Él y Sachs habían defendido las mismas cosas. En otro<br />

tiempo y otro lugar, incluso pudieran haber sido amigos.<br />

Sachs pasó una hora con el periódico, luego lo echó a un lado y se quedó<br />

mirando a la calle. Pasaron docenas de coches por delante de la casa, pero los únicos<br />

peatones eran o los muy viejos o los muy jóvenes: niños pequeños con sus madres, un<br />

negro viejísimo que caminaba con pasitos menudos apoyado en un bastón, una mujer<br />

asiática de pelo blanco con un andador de aluminio. A la una, Sachs abandonó<br />

temporalmente su puesto para buscar algo de comer, pero regresó a los veinte minutos y<br />

consumió su almuerzo de comida rápida en los escalones. Contaba con que ella volviese<br />

a las cinco y media o las seis, confiando en que hubiese ido a su trabajo como siempre,<br />

en que continuara haciendo su vida normal. Pero eso era sólo una suposición. No sabía<br />

si tenía trabajo, y aunque lo tuviese, no era en absoluto seguro que aún estuviese en la<br />

ciudad. Si la mujer había desaparecido, su plan no valdría nada, y, sin embargo, la única<br />

manera de averiguarlo era continuar sentado donde estaba. Durante las últimas horas de<br />

la tarde sufrió un ataque de ansiedad, viendo cómo las nubes se oscurecían sobre su<br />

cabeza mientras el crepúsculo daba paso a la noche. Las cinco se convirtieron en las<br />

seis, las seis en las siete, y a partir de entonces lo más que consiguió fue no sentirse<br />

abrasado por la decepción. Se fue a buscar más comida a las siete y media, pero regresó<br />

de nuevo a la casa y continuó esperando. Ella podía estar en un restaurante, se dijo, o<br />

visitando a unos amigos, o haciendo cualquier otra cosa que explicara su ausencia. Y si<br />

volvía, o cuando volviera, era esencial que él estuviera allí. A menos que hablase con<br />

ella antes de que entrase en la casa, podía perder su oportunidad para siempre.<br />

A pesar de todo, cuando finalmente apareció, cogió a Sachs por sorpresa.<br />

Pasaban unos minutos de la medianoche, y como ya no la esperaba, había permitido que<br />

su vigilancia se relajara. Había apoyado el hombro contra la barandilla de hierro forjado,<br />

había cerrado los ojos y estaba a punto de adormilarse, cuando el sonido del motor<br />

de un coche le hizo volver al estado de alerta. Abrió los ojos y vio el coche aparcado en<br />

un espacio justo al otro lado de la calle. Un instante después, el motor quedó silencioso<br />

y las luces se apagaron. Aún dudoso de si se trataba de Lillian Stern, Sachs se puso de<br />

pie y observó desde su posición en los escalones, el corazón latiendo con fuerza, la<br />

sangre cantando en su cerebro.<br />

Ella fue hacia él con una niña dormida en los brazos, sin molestarse en mirar a la<br />

casa mientras cruzaba la calle. Sachs oyó que murmuraba algo en el oído de su hija,<br />

pero no pudo entender lo que era. Se dio cuenta de que él no era más que una sombra,<br />

una figura invisible oculta en la oscuridad, y que en el momento en que abriera la boca<br />

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