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PAUL AUSTER - Tres Tribus Cine

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estar, y se sentaron en un radiador junto a la ventana abierta, agradeciendo la ligera<br />

brisa que soplaba contra su espalda. Contrariamente a la afirmación de Maria de que<br />

estaba sobrio, Sachs me dijo que estaba ya bastante borracho. La cabeza le daba vueltas<br />

y aunque no dejaba de decirse que debía parar, se bebió por lo menos tres bourbons<br />

durante la hora siguiente. Su conversación se convirtió en uno de esos absurdos y<br />

elípticos intercambios que se producen cuando la gente coquetea en una fiesta, una serie<br />

de acertijos, conclusiones erróneas y hábiles estocadas en el arte de cómo superar a otro.<br />

El truco consiste en no decir nada sobre uno mismo de la forma más elegante y sinuosa<br />

posible, para hacer reír a la otra persona, para mostrarse ingenioso. Como hacía calor y<br />

Maria había estado dudando de si ir a la fiesta (porque pensaba que sería aburrida), se<br />

había puesto el conjunto más escaso de su vestuario: un body rojo sin mangas con un<br />

escote profundísimo, una falda negra diminuta, las piernas desnudas, tacones de aguja,<br />

un anillo en cada dedo y una pulsera en cada muñeca. Era un conjunto extravagante y<br />

provocativo, pero Maria estaba del humor adecuado y por lo menos le garantizaba que<br />

no pasaría desapercibida entre la multitud. Según me dijo Sachs aquella tarde delante<br />

del televisor silencioso, su comportamiento había sido intachable durante los cinco<br />

últimos años. No había mirado a otra mujer en todo ese tiempo y Fanny había llegado a<br />

confiar en él de nuevo. Salvar su matrimonio había sido un trabajo duro; había<br />

requerido un enorme esfuerzo por parte de ambos durante un periodo largo y difícil, y él<br />

había jurado que nunca volvería a poner en peligro su convivencia con Fanny. Pero en<br />

aquel momento estaba allí, sentado en el radiador con Maria en la fiesta, apretado contra<br />

una mujer medio desnuda con espléndidas e invitadoras piernas, ya medio perdido el<br />

control, con demasiado alcohol circulando por su sangre. Poco a poco, Sachs se sintió<br />

dominado por una urgencia casi incontrolable de tocar aquellas piernas, de pasar la<br />

mano arriba y abajo por la suavidad de aquella piel. Para empeorar las cosas, Maria<br />

llevaba un perfume caro y peligroso (Sachs siempre había tenido debilidad por el perfume),<br />

y mientras continuaban sus bromas y burlas, lo más que podía hacer era resistirse a<br />

cometer una grave y humillante metedura de pata. Afortunadamente, su inhibición<br />

venció a su deseo, pero no pudo evitar imaginar qué habría sucedido si hubiese perdido.<br />

Vio las yemas de sus dedos caer suavemente justo encima de la rodilla izquierda; vio su<br />

mano subiendo hasta las sedosas regiones de la cara interna del muslo (las pequeñas<br />

zonas de carne aún ocultas por la falda), y luego, después de dejar que sus dedos<br />

vagasen por allí varios segundos, sintió que se deslizaban más allá del borde de la<br />

braguita y penetraban en un edén de nalgas y denso y cosquilleante vello púbico. Era<br />

una actuación mental extravagante, pero una vez que el proyector se puso en marcha en<br />

su cabeza, Sachs fue incapaz de apagarlo. Tampoco ayudaba que Maria pareciese saber<br />

lo que él estaba pensando. Si hubiese dado la impresión de estar ofendida, el encanto se<br />

habría roto, pero a Maria evidentemente le gustaba ser objeto de tan lascivos<br />

pensamientos, y por la forma en que le devolvía la mirada cada vez que él la observaba,<br />

Sachs empezó a sospechar que le estaba estimulando silenciosamente, desafiándole a<br />

seguir adelante y a hacer lo que deseaba hacer. Conociendo a Maria, le dije yo, se me<br />

ocurrían diversos y oscuros motivos para explicar su comportamiento. Podía estar<br />

relacionado con algún proyecto en el que estuviese trabajando, por ejemplo, o estaba<br />

divirtiéndose porque sabía algo que Sachs ignoraba, o también, algo más<br />

perversamente, había decidido castigarle por no acordarse de su nombre. (Más adelante,<br />

cuando tuve la oportunidad de hablar con ella a solas, me confesó que esta última razón<br />

era la verdadera.) Pero Sachs no era consciente de nada de esto. Sólo podía estar seguro<br />

de lo que sentía, y eso era muy sencillo: deseaba a una mujer desconocida y atractiva, y<br />

se despreciaba por ello.<br />

-No veo que tengas nada de que avergonzarte -dije-. Eres humano, después de<br />

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