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Hace seis días un hombre voló en pedazos al borde de una carretera en el norte<br />
de Wisconsin. No hubo testigos, pero al parecer estaba sentado en la hierba junto a su<br />
coche aparcado cuando la bomba que estaba fabricando estalló accidentalmente. Según<br />
los informes forenses que acaban de hacerse públicos, el hombre murió en el acto. Su<br />
cuerpo reventó en docenas de pequeños pedazos y se encontraron fragmentos del<br />
cadáver incluso a quince metros del lugar de la explosión. Hasta hoy (4 de julio de<br />
1990), nadie parece tener la menor idea sobre la identidad del muerto. El FBI, que<br />
trabaja en colaboración con la policía local y los agentes del Departamento de Alcohol,<br />
Tabaco y Armas de Fuego, comenzó su investigación con un examen del coche, un<br />
Dodge azul de siete años con matrícula de Illinois, pero pronto descubrieron que era<br />
robado; se lo habían llevado de un aparcamiento de Joliet el 12 de junio a plena luz del<br />
día. Lo mismo sucedió cuándo examinaron el contenido de la cartera del hombre, que,<br />
de milagro, había salido de la explosión más o menos intacta. Pensaron que habían<br />
tropezado con un cúmulo de pistas -carnet de conducir, cartilla de la seguridad social,<br />
tarjetas de crédito-, pero cuando le dieron al ordenador los datos de estos documentos<br />
resultó que todos habían sido falsificados o robados. Las huellas dactilares habrían sido<br />
el paso siguiente, pero en este caso no había huellas dactilares, ya que la bomba había<br />
desintegrado las manos del hombre. Tampoco el coche les sirvió de nada. El Dodge era<br />
un amasijo de acero retorcido y plástico derretido y, a pesar de los esfuerzos realizados,<br />
no pudieron encontrar ni una sola huella. Tal vez tengan más suerte con los dientes,<br />
suponiendo que haya suficientes dientes con los que ponerse a trabajar, pero eso les<br />
llevará tiempo, puede que varios meses. No hay duda de que al final se les ocurrirá algo,<br />
pero hasta que puedan establecer la identidad de la destrozada víctima, el caso tiene<br />
pocas posibilidades de prosperar.<br />
Por lo que a mí concierne, cuanto más tarden, mejor. La historia que tengo que<br />
contar es bastante complicada, y a menos que la termine antes de que ellos den con la<br />
respuesta, las palabras que estoy a punto de escribir no significarán nada. Una vez que<br />
se descubra el secreto, se contarán toda clase de mentiras, los periódicos y las revistas<br />
publicarán sus desagradables versiones distorsionadas, y en cuestión de días la reputación<br />
de un hombre quedará destruida. No es que yo quiera defender lo que hizo, pero<br />
puesto que él ya no está en situación de defenderse, lo menos que puedo hacer es<br />
explicar quién era y ofrecer la verdadera historia de cómo llegó a estar en esa carretera<br />
del norte de Wisconsin. Por eso tengo que trabajar deprisa: para estar preparado cuando<br />
llegue el momento. Si por casualidad el misterio no se resuelve, sencillamente me<br />
guardaré lo que he escrito y nadie tendrá por qué saber nada de ello. Ése sería el mejor<br />
resultado posible: silencio absoluto, ni una palabra por ninguna de las dos partes. Pero<br />
no debo contar con eso. Para hacer lo que tengo que hacer, he de suponer que ya le<br />
están cercando, que antes o después averiguarán quién era. Y no necesariamente cuando<br />
yo haya tenido tiempo de terminar esto, sino en cualquier momento, en cualquier<br />
momento a partir de ahora.<br />
Al día siguiente de la explosión apareció en la prensa un breve resumen del<br />
caso. Era una de esas crípticas historias de dos párrafos enterradas dentro del periódico,<br />
pero yo la leí casualmente en el New York Times mientras almorzaba. Casi<br />
inevitablemente, empecé a pensar en Benjamin Sachs. No había nada en el artículo que<br />
indicara de una forma clara que se trataba de él y, sin embargo, al mismo tiempo todo<br />
parecía encajar. Hacía casi un año que no hablábamos, pero durante nuestra última<br />
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