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mirando por la ventana, con una mano en la cadera, siguiendo alguna reflexión secreta.<br />
Él se acercó a ella, agitó los mil dólares delante de su cara y le preguntó dónde los<br />
ponía. Donde usted quiera, dijo ella. Su pasividad estaba empezando a ponerle nervioso,<br />
así que en lugar de dejar el dinero sobre la encimera, Sachs se acercó a la nevera, abrió<br />
la puerta de arriba y metió el dinero en el congelador. Esto produjo el efecto deseado.<br />
Ella se volvió hacia él con expresión de desconcierto y le preguntó por qué había hecho<br />
aquello. En lugar de contestar, él fue al armario, retiró los cinco mil dólares del estante<br />
y puso los fajos en el congelador. Luego, dando unas palmaditas sobre la puerta del<br />
congelador, se volvió a ella y dijo:<br />
-Activo congelado. Puesto que no me dice si quiere el dinero o no, pondremos<br />
su futuro en hielo. No es mala idea, ¿eh? Enterraremos sus ahorrillos en la nieve y<br />
cuando llegue la primavera y empiece el deshielo, usted mirará aquí dentro y descubrirá<br />
que es rica.<br />
Una vaga sonrisa empezó a formarse en las comisuras de su boca, indicando que<br />
se había ablandado, que él había conseguido que entrase en el juego. Bebió otro sorbo<br />
de café para ganar un poco de tiempo mientras preparaba su respuesta.<br />
-No me parece una buena inversión -dijo finalmente-. Si el dinero se queda ahí<br />
parado, no producirá intereses, ¿verdad?<br />
-Me temo que no. No hay intereses hasta que usted empiece a interesarse.<br />
Después, el cielo es el límite.<br />
-No he dicho que no me interese.<br />
-Cierto. Pero tampoco ha dicho que le interese.<br />
-Mientras no diga que no, puede que esté diciendo sí.<br />
-O puede que no esté diciendo nada. Por eso no deberíamos volver a hablar del<br />
asunto. Hasta que usted sepa lo que quiere hacer, mantendremos la boca cerrada, ¿de<br />
acuerdo? Fingiremos que no pasa nada.<br />
-Por mi parte, de acuerdo.<br />
-Estupendo. En otras palabras, cuanto menos digamos, mejor.<br />
-No diremos una palabra. Y un día abriré los ojos, y usted no estará aquí.<br />
-Exactamente. El genio volverá a la botella y usted no tendrá que pensar en él<br />
nunca más.<br />
Su estrategia parecía haber dado resultado, pero, aparte de producir un cambio<br />
general de humor, era difícil saber qué había conseguido con esa conversación. Cuando<br />
unos momentos después Maria entró en la cocina dando saltos, engalanada con un<br />
jersey rosa y blanco y unos zapatos de charol, él descubrió que había conseguido<br />
mucho. Jadeante y excitada, la niña le preguntó a su madre si Sachs iba con ellas a casa<br />
de Billie y Dot. Lillian dijo que no, y Sachs estaba a punto de interpretarlo como una<br />
indicación de que debía marcharse y buscar un motel cuanto Lillian añadió que, no<br />
obstante, podía quedarse, que puesto que ella y Maria no volverían hasta muy tarde, él<br />
no tenía por qué darse prisa en irse de la casa. Podía ducharse y afeitarse si quería, dijo,<br />
y con tal que cerrase la puerta firmemente tras él y se asegurase de echar la llave, no<br />
importaba cuándo se fuera. Sachs casi no supo cómo responder a este ofrecimiento.<br />
Antes de que se le ocurriera algo que decir, Lillian se había llevado a Maria al cuarto de<br />
baño de la planta baja para cepillarle el pelo y cuando salieron de nuevo ya se daba por<br />
sentado que ellas saldrían antes que él. Todo esto le pareció chocante a Sachs, un giro<br />
difícil de entender, pero ahí estaba y lo último que deseaba hacer era oponerse. Menos<br />
de cinco minutos después, Lillian y Maria salían por la puerta principal y menos de un<br />
minuto después de eso habían desaparecido, alejándose en su polvoriento Honda azul y<br />
perdiéndose en el brillante sol de media mañana.<br />
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